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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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nuestra madre soñó que su papá había dis<strong>para</strong>do al aire <strong>para</strong> espantar a un<br />

ladrón que sorprendió robando en la vieja casa de Aracataca. Mi madre contó<br />

el sueño al desayuno, de acuerdo con un hábito familiar, y sugirió que<br />

<strong>com</strong>praran un billete de lotería terminado en siete, porque este número tenía la<br />

misma forma del revólver del abuelo. La suerte les falló con un billete que mi<br />

madre <strong>com</strong>pró a crédito <strong>para</strong> pagarlo con el mismo dinero del premio. Pero<br />

Ligia, que entonces tenía once años, le pidió a papá treinta centavos <strong>para</strong><br />

pagar el billete que no ganó, y otros treinta <strong>para</strong> insistir la semana siguiente con<br />

el mismo número raro: 0207.<br />

Nuestro hermano Luis Enrique escondió el billete <strong>para</strong> asustar a Ligia, pero el<br />

susto suyo fue mayor el lunes siguiente, cuando la oyó entrar en la casa<br />

gritando <strong>com</strong>o una loca que se había ganado la lotería. Pues en las prisas de la<br />

travesura el hermano olvidó dónde estaba el billete, y en la ofuscación de la<br />

búsqueda tuvieron que vaciar roperos y baúles, y voltear la casa al revés desde<br />

la sala hasta los retretes. Sin embargo, más inquietante que todo fue la<br />

cantidad cabalística del premio: 770 pesos.<br />

La mala noticia fue que mis padres habían cumplido por fin el sueño de mandar<br />

a Luis Enrique al reformatorio de Fontidueño —en Medellín—, convencidos de<br />

que era una escuela <strong>para</strong> hijos desobedientes y no lo que era en realidad: una<br />

cárcel <strong>para</strong> la rehabilitación de delincuentes juveniles de alta peligrosidad.<br />

La decisión final la tomó papá cuando mandó al hijo díscolo a cobrar una deuda<br />

de la farmacia, y en vez de entregar los ocho pesos que le pagaron <strong>com</strong>pró un<br />

tiple de buena clase que aprendió a tocar <strong>com</strong>o un maestro. Mi padre no hizo<br />

ningún <strong>com</strong>entario cuando descubrió el instrumento en la casa, y siguió<br />

reclamándole al hijo el cobro de la deuda, pero éste le contestaba siempre que<br />

la tendera no tenía el dinero <strong>para</strong> pagarla. Habían pasado unos dos meses<br />

cuando Luis Enrique encontró a papá a<strong>com</strong>pañándose con el tiple una canción<br />

improvisada: «Mírame, aquí tocando este tiple que me costó ocho pesos».<br />

Nunca supimos cómo conoció el origen, ni por qué se había hecho el<br />

desentendido con la pilatuna del hijo, pero éste desapareció de la casa hasta<br />

que mi madre calmó al esposo. Entonces le oímos a papá las primeras

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