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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Uno de mis <strong>com</strong>pañeros de cuarto era Domingo Manuel Vega, un estudiante de<br />

medicina que ya era mi amigo desde Sucre y <strong>com</strong>partía conmigo la voracidad<br />

de la lectura. Otro era mi primo Nicolás Ricardo, el hijo mayor de mi tío Juan de<br />

Dios, que me mantenía vivas las virtudes de la familia. Vega llegó una noche<br />

con tres libros que acababa de <strong>com</strong>prar, y me prestó uno al azar, <strong>com</strong>o lo hacía<br />

a menudo <strong>para</strong> ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca<br />

más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de<br />

Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada<br />

de Buenos Aires, que definió un camino nuevo <strong>para</strong> mi vida desde la primera<br />

línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al<br />

despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse<br />

en su cama convertido en un monstruoso insecto». Eran libros misteriosos,<br />

cuyos desfiladeros no eran sólo distintos sino muchas veces contrarios a todo<br />

lo que conocía hasta entonces. No era necesario demostrar los hechos:<br />

bastaba con que el autor lo hubiera escrito <strong>para</strong> que fuera verdad, sin más<br />

pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo<br />

Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que todo era posible, sino en<br />

otro mundo irre<strong>para</strong>ble en el que ya todo se había perdido.<br />

Al terminar la lectura de La metamorfosis me quedaron las ansias irresistibles<br />

de vivir en aquel <strong>para</strong>íso ajeno. El nuevo día me sorprendió en la máquina<br />

viajera que me prestaba el mismo Domingo Manuel Vega, <strong>para</strong> intentar algo<br />

que se pareciera al pobre burócrata de Kafka convertido en un escarabajo<br />

enorme. En los días sucesivos no fui a la universidad por el temor de que se<br />

rompiera el hechizo, y seguí sudando gotas de envidia hasta que Eduardo<br />

Zalamea Borda publicó en sus páginas una nota desconsolada, en la cual<br />

lamentaba que la nueva generación de escritores colombianos careciera de<br />

nombres <strong>para</strong> recordar, y que nada se vislumbraba en el porvenir que pudiera<br />

enmendarlo. No sé con qué derecho me sentí aludido en nombre de mi<br />

generación por el desafío de aquella nota, y retomé el cuento abandonado <strong>para</strong><br />

intentar un desagravio. Elaboré la idea argumental del cadáver consciente de<br />

La metamorfosis pero aliviado de sus falsos misterios y sus prejuicios<br />

ontológicos.

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