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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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única explicación posible. Lo primero que me sorprendió al despertar fue la<br />

vitrina de una peluquería con espejos radiantes donde atendían a tres o cuatro<br />

clientes bajo un reloj a las ocho y diez, que era una hora impensable <strong>para</strong> que<br />

un niño de mi edad estuviera solo en la calle. Aturdido por el susto confundí los<br />

nombres de la familia donde estábamos de visita y recordaba mal la dirección<br />

de la casa, pero algunos transeúntes pudieron atar cabos <strong>para</strong> llevarme a la<br />

dirección correcta. Encontré el vecindario en estado de pánico por toda clase<br />

de conjeturas sobre mi desaparición. Lo único que sabían de mí era que me<br />

había levantado de la silla en medio de la conversación y pensaron que había<br />

ido al baño. La explicación del sonambulismo no convenció a nadie, y menos a<br />

mi padre, que lo entendió sin más vueltas <strong>com</strong>o una travesura que me salió<br />

mal. Por fortuna logré rehabilitarme días después en otra casa donde me dejó<br />

una noche mientras asistía a una <strong>com</strong>ida de negocios. La familia en pleno sólo<br />

estaba pendiente de un concurso popular de adivinanzas de la emisora<br />

Atlántico, que aquella vez parecía insoluble: «¿Cuál es el animal que al<br />

voltearse cambia de nombre?». Por un raro milagro yo había leído la respuesta<br />

aquella misma tarde en la última edición del Almanaque Bristol y me pareció un<br />

mal chiste: el único animal que cambia de nombre es el escarabajo, porque al<br />

voltearse se convierte en escararriba. Se lo dije en secreto a una de las niñas<br />

de la casa, y la mayor se precipitó al teléfono y dio la respuesta a la emisora<br />

Atlántico. Ganó el primer premio, que habría alcanzado <strong>para</strong> pagar tres meses<br />

del alquiler de la casa: cien pesos. La sala se llenó de vecinos bulliciosos que<br />

habían escuchado el programa y se precipitaron a felicitar a las ganadoras,<br />

pero lo que le interesaba a la familia, más que el dinero, era la victoria en sí<br />

misma en un concurso que hizo época en la radio de la costa caribe. Nadie se<br />

acordó de que yo estaba ahí. Cuando papá volvió a recogerme se sumó al<br />

júbilo familiar, y brindó por la victoria, pero nadie le contó quién había sido el<br />

verdadero ganador.<br />

Otra conquista de aquella época fue el permiso de mi padre <strong>para</strong> ir solo a la<br />

matine de los domingos en el teatro Colombia. Por primera vez se pasaban<br />

seriales con un episodio cada domingo, y se creaba una tensión que no<br />

permitía tener un instante de sosiego durante la semana. La invasión de Mongo<br />

fue la primera epopeya interplanetaria que sólo pude reemplazar en mi corazón

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