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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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nuevo año en el balneario de Pradomar, a diez leguas de Barranquilla, donde<br />

se tomaban el bar por asalto. Lo único que recuerdo con cierta precisión de<br />

aquella barabúnda es que Ulises en persona fue una de las grandes sorpresas<br />

de mi vida. Lo veía a menudo en Bogotá, al principio en El Molino y años<br />

después en El Automático, y a veces en la tertulia del maestro De Greiff. Lo<br />

recordaba por su semblante huraño y su voz de metal, de los cuales saqué la<br />

conclusión de que era un cascarrabias, que por cierto era la fama que tenía<br />

entre los buenos lectores de la ciudad universitaria. Por eso lo había eludido<br />

diversas ocasiones <strong>para</strong> no contaminar la imagen que me había inventado <strong>para</strong><br />

mi uso personal. Me equivoqué. Era uno de los seres más afectuosos y<br />

serviciales que recuerdo, aunque <strong>com</strong>prendo que necesitaba un motivo<br />

especial de la mente o del corazón. Su materia humana no tenía nada de la de<br />

don Ramón Vinyes, Álvaro Mutis o León de Greiff, pero <strong>com</strong>partía con ellos la<br />

aptitud congénita de maestro a toda hora, y la rara suerte de haber leído todos<br />

los libros que se debían leer.<br />

De los Cano jóvenes —Luis <strong>Gabriel</strong>, Guillermo, Alfonso y Fidel— llegaría a ser<br />

más que un amigo cuando trabajé <strong>com</strong>o redactor de El Espectador. Sería<br />

temerario tratar de recordar algún diálogo de aquellas conversaciones de todos<br />

contra todos en las noches de Pradomar, pero también sería imposible olvidar<br />

su persistencia insoportable en la enfermedad mortal del periodismo y la<br />

literatura. Me hicieron otro de los suyos, <strong>com</strong>o su cuentista personal,<br />

descubierto y adoptado por ellos y <strong>para</strong> ellos. Pero no recuerdo <strong>com</strong>o tanto se<br />

ha dicho— que alguien hubiera sugerido siquiera que me fuera a trabajar con<br />

ellos. No lo lamenté, porque en aquel mal momento no tenía la menor idea de<br />

cuál sería mi destino ni si me dieran a escogerlo.<br />

Álvaro Mutis, entusiasmado por el entusiasmo de los Cano, volvió a<br />

Barranquilla cuando acababan de nombrarlo jefe de relaciones públicas de la<br />

Esso Colombiana, y trató de convencerme de que me fuera a trabajar con él en<br />

Bogotá. Su verdadera misión, sin embargo, era mucho más dramática: por un<br />

fallo aterrador de algún concesionario local habían llenado los depósitos del<br />

aeropuerto con gasolina de automóvil en vez de gasolina de avión, y era<br />

impensable que una nave abastecida con aquel <strong>com</strong>bustible equivocado

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