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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Sobre los es<strong>com</strong>bros todavía calientes construyó la familia su refugio definitivo.<br />

Una casa lineal de ocho habitaciones sucesivas, a lo largo de un corredor con<br />

un pasamanos de begonias donde se sentaban las mujeres de la familia a<br />

bordar en bastidor y a conversar en la fresca de la tarde. Los cuartos eran<br />

simples y no se distinguían entre si, pero me bastó con una mirada <strong>para</strong> darme<br />

cuenta de que en cada uno de sus incontables detalles había un instante<br />

crucial de mi vida.<br />

La primera habitación servía <strong>com</strong>o sala de visitas y oficina personal del abuelo.<br />

Tenía un escritorio de cortina, una poltrona giratoria de resortes, un ventilador<br />

eléctrico y un librero vacío con un solo libro enorme y descosido: el diccionario<br />

de la lengua. Enseguida estaba el taller de platería donde el abuelo pasaba sus<br />

horas mejores fabricando los pescaditos de oro de cuerpo articulado y<br />

minúsculos ojos de esmeraldas, que más le daban de gozar que de <strong>com</strong>er. Allí<br />

se recibieron algunos personajes de nota, sobre todo políticos, desempleados<br />

públicos, veteranos de guerras. Entre ellos, en ocasiones distintas, dos<br />

visitantes históricos: los generales Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera,<br />

quienes almorzaron en familia. Sin embargo, lo que mi abuela recordó de Uribe<br />

Uribe por el resto de su vida fue su sobriedad en la mesa: «Comía <strong>com</strong>o un<br />

pajarito».<br />

El espacio <strong>com</strong>ún de la oficina y la platería estaba vedado a las mujeres, por<br />

obra de nuestra cultura caribe, <strong>com</strong>o lo estaban las cantinas del pueblo por<br />

orden de la ley. Sin embargo, con el tiempo terminó por ser un cuarto de<br />

hospital, donde murió la tía Petra y sobrellevó los últimos meses de una larga<br />

enfermedad Wenefrida <strong>Márquez</strong>, hermana de Papalelo. De allí en adelante<br />

empezaba el <strong>para</strong>íso hermético de las muchas mujeres residentes y<br />

ocasionales que pasaron por la casa durante mi infancia. Yo fui el único varón<br />

que disfrutó de los privilegios de ambos mundos.<br />

El <strong>com</strong>edor era apenas un tramo ensanchado del corredor con la baranda<br />

donde las mujeres de la casa se sentaban a coser, y una mesa <strong>para</strong> dieciséis<br />

<strong>com</strong>ensales previstos o inesperados que llegaban a diario en el tren del<br />

mediodía. Mi madre contempló desde allí los tiestos rotos de las begonias, los

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