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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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la noche perturbado por la conmoción, y sé que podría reconocerla en la<br />

oscuridad por el tacto de cada pulgada de su piel y su olor de animal. En un<br />

instante tomé conciencia de mi cuerpo con una clarividencia de los instintos<br />

que nunca más volví a sentir, y que me atrevo a recordar <strong>com</strong>o una muerte<br />

exquisita. Desde entonces supe de alguna manera confusa e irreal que había<br />

un misterio insondable que yo no conocía, pero me perturbaba <strong>com</strong>o si lo<br />

supiera. Por el contrario, las mujeres de la familia me condujeron siempre por el<br />

rumbo árido de la castidad.<br />

La pérdida de la inocencia me enseñó al mismo tiempo que no era el Niño Dios<br />

quien nos traía los juguetes en la Navidad, pero tuve el cuidado de no decirlo. A<br />

los diez años, mi padre me lo reveló <strong>com</strong>o un secreto de adultos, porque daba<br />

por hecho que lo sabía, y me llevó a las tiendas de la Nochebuena <strong>para</strong><br />

escoger los juguetes de mis hermanos. Lo mismo me había sucedido con el<br />

misterio del parto antes de asistir al de Matilde Amenta: me atoraba de risa<br />

cuando decían que a los niños los traía de París una cigüeña. Pero debo<br />

confesar que ni entonces ni ahora he logrado relacionar el parto con el sexo.<br />

En todo caso, pienso que mi intimidad con la servidumbre pudo ser el origen de<br />

un hilo de <strong>com</strong>unicación secreta que creo tener con las mujeres, y que a lo<br />

largo de la vida me ha permitido sentirme más cómodo y seguro entre ellas que<br />

entre hombres. También de allí puede venir mi convicción de que son ellas las<br />

que sostienen el mundo, mientras los hombres lo desordenamos con nuestra<br />

brutalidad histórica.<br />

Sara Emilia <strong>Márquez</strong>, sin saberlo, tuvo algo que ver con mi destino. Perseguida<br />

desde muy joven por pretendientes que ni siquiera se dignaba mirar, se decidió<br />

por el primero que le pareció bien, y <strong>para</strong> siempre. El elegido tenía algo en<br />

<strong>com</strong>ún con mi padre, pues era un forastero que llegó no se sabía de dónde ni<br />

cómo, con una buena hoja de vida, pero sin recursos conocidos. Se llamaba<br />

José del Carmen Uribe Vergel, pero a veces sólo se firmaba <strong>com</strong>o J. del C.<br />

Pasó algún tiempo antes de saberse quién era en realidad y de dónde venía,<br />

hasta que se supo por los discursos de encargo que escribía <strong>para</strong> funcionarios<br />

públicos, y por los versos de amor que publicaba en su propia revista cultural,<br />

cuya frecuencia dependía de la voluntad de Dios. Desde que apareció en la

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