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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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No nos tuteábamos, por la rara costumbre colombiana de tutearse desde el<br />

primer saludo y pasar al usted sólo cuando se logra una mayor confianza —<br />

<strong>com</strong>o entre esposos.<br />

Sacó libros y papeles del maletín maltrecho y los puso en el escritorio. Mientras<br />

tanto, escuchó con su curiosidad insaciable el trastorno emocional que traté de<br />

transmitirle con el relato frenético de mi viaje. Al final, <strong>com</strong>o síntesis, no pude<br />

evitar mi desgracia de reducir a una frase irreversible lo que no soy capaz de<br />

explicar.<br />

—Es lo más grande que me ha sucedido en la vida —le dije.<br />

—Menos mal que no será lo último —dijo Alfonso.<br />

Ni siquiera lo pensó, pues tampoco él era capaz de aceptar una idea sin<br />

haberla reducido a su tamaño justo. Sin embargo, lo conocía bastante <strong>para</strong><br />

darme cuenta de que tal vez mi emoción del viaje no lo había enternecido tanto<br />

<strong>com</strong>o yo esperaba, pero sin duda lo había intrigado. Así fue: desde el día<br />

siguiente empezó a hacerme toda suerte de preguntas casuales pero muy<br />

lúcidas sobre el curso de la escritura, y un simple gesto suyo era suficiente<br />

<strong>para</strong> ponerme a pensar que algo debía ser corregido.<br />

Mientras hablábamos había recogido mis papeles <strong>para</strong> dejar libre el escritorio,<br />

pues Alfonso debía escribir esa mañana la primera nota editorial de Crónica.<br />

Pero la noticia que llevaba me alegró el día: el primer número, previsto <strong>para</strong> la<br />

semana siguiente, se aplazaba una quinta vez por incumplimientos en los<br />

suministros de papel. Con suerte, dijo Alfonso, saldríamos dentro de tres<br />

semanas.<br />

Pensé que aquel plazo providencial me alcanzaría <strong>para</strong> definir el principio del<br />

libro, pues todavía estaba yo demasiado biche <strong>para</strong> darme cuenta de que las<br />

novelas no empiezan <strong>com</strong>o uno quiere sino <strong>com</strong>o ellas quieren. Tanto, que seis<br />

meses después, cuando me creía en la recta final, tuve que rehacer a fondo las<br />

diez páginas del principio <strong>para</strong> que el lector se las creyera, y todavía hoy no me<br />

parecen válidas. El plazo debió ser también un alivio <strong>para</strong> Alfonso, porque en<br />

lugar de lamentarlo se quitó la chaqueta y se sentó al escritorio <strong>para</strong> seguir

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