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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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desconocidos. Una de esas tardes, mientras cosían bajo los almendros, la tía<br />

Francisca azuzó a la sobrina con su malicia india:<br />

—Me han dicho que te dieron una rosa. Pues, <strong>com</strong>o suele ser, Luisa Santiaga<br />

sería la última en enterarse de que las tormentas de su corazón eran ya del<br />

dominio público. En las numerosas conversaciones que sostuve con ella y con<br />

mi padre, estuvieron de acuerdo en que el amor fulminante tuvo tres ocasiones<br />

decisivas. La primera fue un Domingo de Ramos en la misa mayor. Ella estaba<br />

sentada con la tía Francisca en un escaño del lado de la Epístola, cuando<br />

reconoció los pasos de sus tacones flamencos en los ladrillos del piso y lo vio<br />

pasar tan cerca que percibió la ráfaga tibia de su loción de novio. La tía<br />

Francisca no parecía haberlo visto y él tampoco pareció haberlas visto. Pero en<br />

verdad todo fue premeditado por él, que las había seguido cuando pasaron por<br />

la telegrafía. Permaneció de pie junto a la columna más cercana de la puerta,<br />

de modo que él la veía a ella de espaldas pero ella no podía verlo. Al cabo de<br />

unos minutos intensos Luisa Santiaga no resistió la ansiedad, y miró hacia la<br />

puerta por encima del hombro. Entonces creyó morir de rabia, pues él estaba<br />

mirándola, y sus miradas se encontraron. «Era justo lo que yo había<br />

planeado», decía mi padre, feliz, cuando me repetía el cuento en su vejez. Mi<br />

madre, en cambio, nunca se cansó de repetir que durante tres días no había<br />

podido dominar la furia de haber caído en la trampa.<br />

La segunda ocasión fue una carta que él le escribió. No la que ella hubiera<br />

esperado de un poeta y violinista de madrugadas furtivas, sino una esquela<br />

imperiosa, que exigía una respuesta antes de que él viajara a Santa Marta la<br />

semana siguiente. Ella no le contestó. Se encerró en su cuarto, decidida a<br />

matar el gusano que no le daba aliento <strong>para</strong> vivir, hasta que la tía Francisca<br />

trató de convencerla de que capitulara de una buena vez antes de que fuera<br />

demasiado tarde. Tratando de vencer su resistencia le contó la historia<br />

ejemplar de Juventino Trillo, el pretendiente que montaba guardia bajo el<br />

balcón de su amada imposible, todas las noches, desde las siete hasta las<br />

diez. Ella lo agredió con cuantos desaires se le ocurrieron, y terminó por<br />

vaciarle encima desde el balcón, noche tras noche, una bacinilla de orines.<br />

Pero no consiguió ahuyentarlo. Al cabo de toda clase de agresiones

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