24.04.2013 Views

Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

había renunciado a la esclavitud de la farmacia y se construyó a la entrada del<br />

pueblo una casa capaz <strong>para</strong> los hijos, que éramos once desde que nació Eligio,<br />

dieciséis meses antes. Una casa grande y a plena luz, con una terraza de<br />

visitas frente al río de aguas oscuras y ventanas abiertas <strong>para</strong> las brisas de<br />

enero. Tenía seis dormitorios bien ventilados con una cama <strong>para</strong> cada uno, y<br />

no de dos en dos, <strong>com</strong>o antes, y argollas <strong>para</strong> colgar hamacas a distintos<br />

niveles hasta en los corredores. El patio sin alambrar se prolongaba hasta el<br />

monte bruto, con árboles frutales de dominio público y animales propios y<br />

ajenos que se paseaban por las alcobas. Pues mi madre, que añoraba los<br />

patios de su infancia en Barrancas y Aracataca, trató la casa nueva <strong>com</strong>o una<br />

granja, con gallinas y patos sin corral y cerdos libertinos que se metían en la<br />

cocina <strong>para</strong> <strong>com</strong>erse las vituallas del almuerzo. Todavía era posible aprovechar<br />

los veranos <strong>para</strong> dormir a ventanas abiertas, con el rumor del asma de las<br />

gallinas en las perchas y el olor de las guanábanas maduras que caían de los<br />

árboles en la madrugada con un golpe instantáneo y denso. «Suenan <strong>com</strong>o si<br />

fueran niños», decía mi madre. Mi papá redujo las consultas a la mañana <strong>para</strong><br />

unos pocos fieles de la homeopatía, siguió leyendo cuanto papel impreso le<br />

pasaba cerca, tendido en una hamaca que colgaba entre dos árboles, y<br />

contrajo la fiebre ociosa del billar contra las tristezas del atardecer. Había<br />

abandonado también sus vestidos de dril blanco con corbata, y andaba en la<br />

calle <strong>com</strong>o nunca lo habían visto, con camisas juveniles de manga corta.<br />

La abuela Tranquilina Iguarán había muerto dos meses antes, ciega y<br />

demente, y en la lucidez de la agonía siguió predicando con su voz radiante y<br />

su dicción perfecta los secretos de la familia. Su tema eterno hasta el último<br />

aliento fue la jubilación del abuelo. Mi padre preparó el cadáver con azabaras<br />

preservativas y lo cubrió con cal dentro del ataúd <strong>para</strong> un pudrimiento apacible.<br />

Luisa Santiaga admiró siempre la pasión de su madre por las rosas rojas y le<br />

hizo un jardín en el fondo del Patio <strong>para</strong> que nunca faltaran en su tumba.<br />

Llegaron a florecer con tanto esplendor que no alcanzaba el tiempo <strong>para</strong><br />

<strong>com</strong>placer a los forasteros que llegaban de lejos ansiosos por saber si tantas<br />

rosas rozagantes eran cosa de díos o del diablo.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!