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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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familia <strong>com</strong>o una bendición del cielo, pero mi madre la siguió <strong>com</strong>prando<br />

aunque tuviera que echar una papa menos en la sopa. Otro recurso salvador<br />

fue la cuota de consuelo que durante los meses más ásperos nos mandó tío<br />

Juanito. Seguía viviendo en Santa Marta con sus escasas ganancias de<br />

contador juramentado, y se impuso el deber de mandarnos una carta cada<br />

semana con dos billetes de a peso. El capitán de la lancha Aurora, viejo amigo<br />

de la familia, me la entregaba a las siete de la mañana, y yo regresaba a casa<br />

con un mercado básico <strong>para</strong> varios días.<br />

Un miércoles no pude hacer el mandado y mi madre se lo en<strong>com</strong>endó a Luis<br />

Enrique, que no resistió a la tentación de multiplicar los dos pesos en la<br />

máquina de monedas de una cantina de chinos. No tuvo la determinación de<br />

<strong>para</strong>r cuando perdió las dos primeras fichas, y siguió tratando de recuperarlas<br />

hasta que perdió hasta la penúltima moneda. «Fue tal el pánico —me contó ya<br />

de adulto— que tomé la decisión de no volver nunca más a la casa.» Pues<br />

sabía bien que los dos pesos alcanzaban <strong>para</strong> el mercado básico de una<br />

semana. Por fortuna, con la última ficha sucedió algo en la máquina que se<br />

estremeció con un temblor de fierros en las entrañas y vomitó en un chorro<br />

im<strong>para</strong>ble las fichas <strong>com</strong>pletas de los dos pesos perdidos. «Entonces me<br />

iluminó el diablo —me contó Luis Enrique— y me atreví a arriesgar una ficha<br />

más.» Ganó. Arriesgó otra y ganó, y otra y otra y ganó. «El susto de entonces<br />

era más grande que el de haber perdido y se me aflojaron las tripas —me<br />

contó—, pero seguí jugando.» Al final había ganado dos veces los dos pesos<br />

originales en monedas de a cinco, y no se atrevió a cambiarlas por billetes en<br />

la caja por temor de que el chino lo enredara en algún cuento chino. Le<br />

abultaban tanto en los bolsillos que antes de darle a mamá los dos pesos de tío<br />

Juanito en monedas de a cinco, enterró en el fondo del patio los cuatro<br />

ganados por él, donde solía esconder cuanto centavo encontraba fuera de<br />

lugar. Se los gastó poco a poco sin confesarle a nadie el secreto hasta muchos<br />

años después, y atormentado por haber caído en la tentación de arriesgar los<br />

últimos cinco centavos en la tienda del chino.<br />

Su relación con el dinero era muy personal. En una ocasión en que mi madre lo<br />

sorprendió rasguñando en su cartera la plata del mercado, su defensa fue algo

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