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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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políticas <strong>para</strong> que no lo reemplazara ninguno de sus suplentes legítimos, sino<br />

que le dio posesión interina a mi hermano. Por esa extraña carambola —sin la<br />

edad reglamentaria— Luis Enrique quedó en la historia del municipio <strong>com</strong>o el<br />

alcalde más joven.<br />

Lo único que me perturbaba de verdad en aquellas vacaciones era la<br />

certidumbre de que en el fondo de sus corazones mi familia fundaba su futuro<br />

en lo que esperaban de mí, y sólo yo sabía con certeza que eran ilusiones<br />

vanas. Dos o tres frases casuales de mi padre a mitad de la <strong>com</strong>ida me<br />

indicaron que había mucho que hablar de nuestra suerte <strong>com</strong>ún, y mi madre se<br />

apresuró a confirmarlo. «Si esto sigue así —dijo— tarde o temprano tendremos<br />

que volver a Cataca.» Pero una rápida mirada de mi padre la indujo a corregir:<br />

—O <strong>para</strong> donde sea.<br />

Entonces estaba claro: la posibilidad de una nueva mudanza <strong>para</strong> cualquier<br />

parte era ya un tema planteado en la familia, y no por causa del ambiente<br />

moral, <strong>com</strong>o por un porvenir más amplio <strong>para</strong> los hijos. Hasta ese momento me<br />

consolaba con la idea de atribuir al pueblo y a su gente, e incluso a mi familia,<br />

el espíritu de derrota que yo mismo padecía. Pero el dramatismo de mi padre<br />

reveló una vez más que siempre es posible encontrar un culpable <strong>para</strong> no serlo<br />

uno mismo.<br />

Lo que yo percibía en el aire era algo mucho más denso. Mi madre sólo parecía<br />

pendiente de la salud de Jaime, el hijo menor, que no había logrado superar su<br />

condición de seismesino. Pasaba la mayor parte del día acostada con él en su<br />

hamaca del dormitorio, agobiada por la tristeza y los calores humillantes, y la<br />

casa empezaba a resentir su desidia. Mis hermanos parecían sueltos de<br />

madrina. El orden de las <strong>com</strong>idas se había relajado tanto que <strong>com</strong>íamos sin<br />

horarios cuando teníamos hambre. Mi padre, el más casero de los hombres,<br />

pasaba el día contemplando la plaza desde la farmacia y las tardes jugando<br />

partidas viciosas en el club de billar. Un día no pude soportar más la tensión.<br />

Me tendí junto a mi madre en la hamaca, <strong>com</strong>o no pude hacerlo de niño, y le<br />

pregunté qué era el misterio que se respiraba en el aire de la casa. Ella se<br />

tragó un suspiro entero <strong>para</strong> que no le temblara la voz, y me abrió el alma:

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