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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Elvira no escribió el diálogo que había previsto con las respuestas de la diva,<br />

sino que hizo el reportaje de sus dificultades con ella. Aprovechó la<br />

intervención providencial del esposo, y lo convirtió en el verdadero protagonista<br />

del encuentro. Berta Singerman hizo una de sus furias históricas cuando leyó la<br />

entrevista. Pero Sábado era ya el semanario más leído, y su circulación<br />

semanal aceleró su ascenso hasta cien mil ejemplares en una ciudad de<br />

seiscientos mil habitantes.<br />

La sangre fría y el ingenio con que Elvira Mendoza aprovechó la necedad de<br />

Berta Singerman <strong>para</strong> revelar su personalidad verdadera, me puso a pensar<br />

por primera vez en las posibilidades del reportaje, no <strong>com</strong>o medio estelar de<br />

información, sino mucho más: <strong>com</strong>o género literario. No iban a pasar muchos<br />

años sin que lo <strong>com</strong>probara en carne propia, hasta llegar a creer <strong>com</strong>o creo<br />

hoy más que nunca que novela y reportaje son hijos de una misma madre.<br />

Hasta entonces sólo me había arriesgado con la poesía: versos satíricos en la<br />

revista del colegio San José y prosas líricas o sonetos de amores imaginarios a<br />

la manera de Piedra y Cielo en el único número del periódico del Liceo<br />

Nacional. Poco antes, Cecilia González, mi cómplice de Zipaquirá, había<br />

convencido al poeta y ensayista Daniel Arango de que publicara una<br />

cancioncilla escrita por mí, con seudónimo y en tipografía de siete puntos, en el<br />

rincón más escondido del suplemento dominical de El Tiempo. La publicación<br />

no me impresionó ni me hizo sentir más poeta de lo que era. En cambio, con el<br />

reportaje de Elvira tomé conciencia del periodista que llevaba dormido en el<br />

corazón, y me hice al ánimo de despertarlo. Empecé a leer los periódicos de<br />

otro modo. Camilo Torres y Luis Villar Borda, que estuvieron de acuerdo<br />

conmigo, me reiteraron el ofrecimiento de don Juan Lozano en sus páginas de<br />

La Razón, pero sólo me atreví con un par de poemas técnicos que nunca tuve<br />

<strong>com</strong>o míos. Me propusieron hablar con Plinio Apuleyo Mendoza <strong>para</strong> la revista<br />

Sábado, pero mi timidez tutelar me advirtió que me faltaba mucho <strong>para</strong><br />

arriesgarme con las luces apagadas en un oficio nuevo. Sin embargo, mi<br />

descubrimiento tuvo una utilidad inmediata, pues por esos días estaba<br />

enredado con la mala conciencia de que todo lo que escribía, en prosa o en<br />

verso, e incluso las tareas del liceo, eran imitaciones descaradas de Piedra y

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