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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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por el óxido de su poder absoluto, ponía orden y limpieza en su propia casa<br />

bajo el resplandor lejano de Mussolini en Italia y las tinieblas del general Franco<br />

en España, mientras que la primera administración del presidente Alfonso<br />

López Pumarejo, con una pléyade de jóvenes cultos, había tratado de crear las<br />

condiciones <strong>para</strong> un liberalismo moderno, quizás sin darse cuenta de que<br />

estaba cumpliendo con el fatalismo histórico de partirnos en las dos mitades en<br />

que estaba dividido el mundo. Era ineludible. En alguno de los libros que nos<br />

prestaron los maestros conocí una cita atribuida a Lenin: «Si no te metes con la<br />

política, la política terminará metiéndose contigo».<br />

Sin embargo, después de cuarenta y seis años de una hegemonía cavernaria<br />

de presidentes conservadores, la paz empezaba a parecer posible. Tres<br />

presidentes jóvenes y con una mentalidad moderna habían abierto una<br />

perspectiva liberal que parecía dispuesta a disipar las brumas del pasado.<br />

Alfonso López Pumarejo, el más notable de los tres, que había sido un<br />

reformador arriesgado, se hizo reelegir en 1942 <strong>para</strong> un segundo periodo, y<br />

nada parecía perturbar el ritmo de los relevos. De modo que en mi primer año<br />

del liceo estábamos embebidos en las noticias de la guerra europea, que nos<br />

mantenían en vilo <strong>com</strong>o nunca lo había logrado la política nacional. La prensa<br />

no entraba en el liceo sino en casos muy especiales, porque no teníamos el<br />

hábito de pensar en ella. No existían radios portátiles, y el único del liceo era la<br />

vieja consola de la sala de maestros que encendíamos a todo volumen a las<br />

siete de la noche sólo <strong>para</strong> bailar. Lejos estábamos de pensar que en aquel<br />

momento se estuviera incubando la más sangrienta e irregular de todas<br />

nuestras guerras.<br />

La política entró a golpes en el liceo. Nos partimos en grupos de liberales y<br />

conservadores, y por primera vez supimos de qué lado estaba cada quien.<br />

Surgió una militancia interna, cordial y un tanto académica al principio, que<br />

degeneró en el mismo estado de ánimo que empezaba a pudrir al país. Las<br />

primeras tensiones del liceo eran apenas perceptibles, pero nadie dudaba de la<br />

buena influencia de Carlos Martín al frente de un cuerpo de profesores que<br />

nunca habían ocultado sus ideologías. Si el nuevo rector no era un militante<br />

evidente, al menos dio su autorización <strong>para</strong> escuchar los noticieros de la noche

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