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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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enderezar. Lo hice con tanto entusiasmo, que el médico no resistió la tentación<br />

de inmiscuirse en mi juego, y se nos ocurrieron pruebas tan ingeniosas que<br />

tomó notas <strong>para</strong> incorporarlas a sus exámenes futuros. Al término de una<br />

indagatoria minuciosa de mis costumbres me preguntó cuántas veces me<br />

masturbaba. Le contesté lo primero que se me ocurrió: nunca me había<br />

atrevido. No me creyó, pero me <strong>com</strong>entó <strong>com</strong>o al descuido que el miedo era un<br />

factor negativo <strong>para</strong> la salud sexual, y su misma incredulidad me pareció más<br />

bien una incitación. Me pareció un hombre estupendo, al que quise ver de<br />

adulto cuando ya era periodista en El Heraldo, <strong>para</strong> que me contara las<br />

conclusiones privadas que había sacado de mi examen, y lo único que supe<br />

fue que se había mudado a los Estados Unidos desde hacía años. Uno de sus<br />

antiguos <strong>com</strong>pañeros fue más explícito y me dijo con un gran afecto que no<br />

tenía nada de raro que estuviera en un mani<strong>com</strong>io de Chicago, porque siempre<br />

le pareció peor que sus pacientes.<br />

El diagnóstico fue una fatiga nerviosa agravada por leer después de las<br />

<strong>com</strong>idas. Me re<strong>com</strong>endó un reposo absoluto de dos horas durante la digestión,<br />

y una actividad física más fuerte que los deportes de rigor. Todavía me<br />

sorprende la seriedad con que mis padres y mis maestros tomaron sus<br />

órdenes. Me reglamentaron las lecturas, y más de una vez me quitaron el libro<br />

cuando me encontraron leyendo en clase por debajo del pupitre. Me<br />

dispensaron de las materias difíciles y me obligaron a tener más actividad física<br />

de varias horas diarias. Así, mientras los demás estaban en clase, yo jugaba<br />

solo en el patio de basquetbol haciendo canastas bobas y recitando de<br />

memoria. Mis <strong>com</strong>pañeros de clase se dividieron desde el primer momento: los<br />

que en realidad pensaban que había estado loco desde siempre, los que creían<br />

que me hacía el loco <strong>para</strong> gozar la vida y los que siguieron tratándome sobre la<br />

base de que los locos eran los maestros. De entonces viene la versión de que<br />

fui expulsado del colegio porque le tiré un tintero al maestro de aritmética<br />

mientras escribía ejercicios de regla de tres en el tablero. Por fortuna, papá lo<br />

entendió de un modo simple y decidió que volviera a casa sin terminar el año ni<br />

gastarle más tiempo y dinero a una molestia que sólo podía ser una afección<br />

hepática.

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