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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Rodríguez bajó la cámara sin prisa y se acercó a mi lado. El cortejo pasó tan<br />

cerca de nosotros que sentíamos la ráfaga acida de los cuerpos vivos y el<br />

silencio del muerto. Cuando acabaron de pasar, Rodríguez me dijo al oído:<br />

—Tomé la foto.<br />

Así fue, pero nunca se publicó. La invitación había terminado en desastre.<br />

Hubo dos heridos más de la tropa y estaban muertos por lo menos dos<br />

guerrilleros que ya habían sido arrastrados hasta el refugio. El coronel cambió<br />

su ánimo por una expresión tétrica. Nos dio la información simple de que la<br />

visita estaba cancelada, que disponíamos de media hora <strong>para</strong> almorzar, y que<br />

enseguida viajaríamos a Melgar por carretera, pues los helicópteros estaban<br />

reservados <strong>para</strong> los heridos y los cadáveres. Las cantidades de unos y otros no<br />

fueron reveladas nunca.<br />

Nadie volvió a mencionar la conferencia de prensa del general Rojas Pinilla.<br />

Pasamos de largo en un jeep <strong>para</strong> seis frente a su casa de Melgar y llegamos a<br />

Bogotá después de la medianoche. La sala de redacción nos esperaba en<br />

pleno, pues de la Oficina de Información y Prensa de la presidencia de la<br />

República habían llamado <strong>para</strong> informar sin más detalles que llegaríamos por<br />

tierra, pero no precisaron si vivos o muertos.<br />

Hasta entonces la única intervención de la censura militar había sido por la<br />

muerte de los estudiantes en el centro de Bogotá. No había un censor dentro<br />

de la redacción después de que el último del gobierno anterior renunció casi en<br />

lágrimas cuando no pudo soportar las primicias falsas y las gambetas de burla<br />

de los redactores. Sabíamos que la Oficina de Información y Prensa no nos<br />

perdía de vista, y con frecuencia nos mandaban por teléfono advertencias y<br />

consejos paternales. Los militares, que al principio de su gobierno desplegaban<br />

una cordialidad académica ante la prensa, se volvieron invisibles o herméticos.<br />

Sin embargo, un cabo suelto siguió creciendo solo y en silencio, e infundió la<br />

certidumbre nunca <strong>com</strong>probada ni desmentida de que el jefe de aquel embrión<br />

guerrillero del Tolima era un muchacho de veintidós años que hizo carrera en<br />

su ley, cuyo nombre no ha podido confirmarse ni desmentirse: Manuel<br />

MarulandaVélez o Pedro Antonio Marín,Tirofijo. Cuarenta y tantos años

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