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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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—¿Aló?<br />

Abandoné el artículo en mitad de la página por los tumbos de mi corazón, y<br />

atravesé la avenida <strong>para</strong> encontrarme con ella en el hotel Continental después<br />

de doce años sin verla. No fue fácil distinguirla desde la puerta entre las otras<br />

mujeres que almorzaban en el <strong>com</strong>edor repleto, hasta que ella me hizo una<br />

señal con el guante. Estaba vestida con el gusto personal de siempre, con un<br />

abrigo de ante, un zorro marchito en el hombro y un sombrero de cazador, y los<br />

años empezaban a notársele demasiado en la piel de ciruela maltratada por el<br />

sol, los ojos apagados, y toda ella disminuida por los primeros signos de una<br />

vejez injusta. Ambos debimos darnos cuenta de que doce años eran muchos a<br />

su edad, pero los soportamos bien. Había tratado de rastrearla en mis primeros<br />

años de Barranquilla, hasta que supe que vivía en Panamá, donde su Vaporino<br />

era práctico del canal, pero no fue por orgullo sino por timidez que no le toqué<br />

el punto.<br />

Creo que acababa de almorzar con alguien que la había dejado sola <strong>para</strong><br />

atenderme la visita. Nos tomamos tres tazas mortales de café y nos fumamos<br />

juntos medio paquete de cigarrillos bastos buscando a tientas el camino <strong>para</strong><br />

conversar sin hablar, hasta que se atrevió a preguntarme si alguna vez había<br />

pensado en ella. Sólo entonces le dije la verdad: no la había olvidado nunca,<br />

pero su despedida había sido tan brutal que me cambió el modo de ser. Ella<br />

fue más <strong>com</strong>pasiva que yo:<br />

—No olvido nunca que <strong>para</strong> mí eres <strong>com</strong>o un hijo.<br />

Había leído mis notas de prensa, mis cuentos y mi única novela, y me habló de<br />

ellos con una perspicacia lúcida y encarnizada que sólo era posible por el amor<br />

o el despecho. Sin embargo, yo no hice más que eludir las trampas de la<br />

nostalgia con la cobardía mezquina de que sólo los hombres somos capaces.<br />

Cuando logré por fin aliviar la tensión me atreví a preguntarle si había tenido el<br />

hijo que quería.<br />

—Nació —dijo ella con alegría—, y ya está terminando la primaria.

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