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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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sordo y pederasta, que se llamaba <strong>com</strong>o el presidente de los Estados Unidos:<br />

Woodrow Wilson. Al Belga lo conocí a mis cuatro años, cuando mi abuelo iba a<br />

jugar con él unas partidas de ajedrez mudas e interminables. Desde la primera<br />

noche me asombró que no había en su casa nada que yo supiera <strong>para</strong> qué<br />

servía. Pues era un artista de todo que sobrevivía entre el desorden de sus<br />

propias obras: paisajes marinos al pastel, fotografías de niños en cumpleaños y<br />

primeras <strong>com</strong>uniones, copias de joyas asiáticas, figuras hechas con cuernos de<br />

vaca, muebles de épocas y estilos dispersos, encaramados unos encima de<br />

otros.<br />

Me llamó la atención su pellejo pegado al hueso, del mismo color amarillo solar<br />

del cabello y con un mechón que le caía en la cara y le estorbaba <strong>para</strong> hablar.<br />

Fumaba una cachimba de lobo de mar que solo encendía <strong>para</strong> el ajedrez, y mi<br />

abuelo decía que era una trampa <strong>para</strong> aturdir al adversario. Tenía un ojo de<br />

vidrio desorbitado que parecía más pendiente del interlocutor que el ojo sano.<br />

Estaba inválido desde la cintura, encorvado hacia delante y torcido hacia su<br />

izquierda, pero navegaba <strong>com</strong>o un pescado por entre los escollos de sus<br />

talleres, más colgado que sostenido en las muletas de palo. Nunca le oí hablar<br />

de sus navegaciones, que al parecer eran muchas e intrépidas. La única pasión<br />

que se le conocía fuera de su casa era la del cine, y no faltaba a ninguna<br />

película de cualquier clase los fines de semana.<br />

Nunca lo quise, y menos durante las partidas de ajedrez en que se demoraba<br />

horas <strong>para</strong> mover una pieza mientras yo me derrumbaba de sueño. Una noche<br />

lo vi tan desvalido que me asaltó el presagio de que iba a morirse muy pronto, y<br />

sentí lástima por él. Pero con el tiempo llegó a pensar tanto las jugadas que<br />

terminé queriendo de todo corazón que se muriera.<br />

Por esa época el abuelo colgó en el <strong>com</strong>edor el cuadro del Libertador Simón<br />

Bolívar en cámara ardiente. Me costó trabajo entender que no tuviera el sudario<br />

de los muertos que yo había visto en los velorios, sino que estaba tendido en<br />

un escritorio de oficina con el uniforme de sus días de gloria. Mi abuelo me<br />

sacó de dudas con una frase terminal:<br />

—El era distinto.

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