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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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los libros <strong>com</strong>o si fueran de <strong>com</strong>er. También yo los olía, <strong>com</strong>o hago siempre<br />

con todo libro nuevo, y los repasé todos al azar leyendo párrafos a saltos de<br />

mata. Cambié tres o cuatro veces de lugar en la noche porque no encontraba<br />

sosiego o me agotaba la luz muerta del corredor del patio, y amanecí con la<br />

espalda torcida y todavía sin una idea remota del provecho que podía sacar de<br />

aquel milagro.<br />

Eran veintitrés obras distinguidas de autores contemporáneos, todas en<br />

español y escogidas con la intención evidente de que fueran leídas con el<br />

propósito único de aprender a escribir. Y en traducciones tan recientes <strong>com</strong>o El<br />

sonido y la furia, de William Faulkner. Cincuenta años después me es imposible<br />

recordar la lista <strong>com</strong>pleta y los tres amigos eternos que la sabían ya no están<br />

aquí <strong>para</strong> acordarse. Sólo había leído dos: La señora Dalloway, de la señora<br />

Woolf, y Contrapunto, de Aldous Huxley. Los que mejor recuerdo eran los de<br />

William Faulkner: El villorrio, El sonido y la furia, Mientras yo agonizo y Las<br />

palmeras salvajes. También Manhattan Transfer y tal vez otro, de John Dos<br />

Passos; Orlando, de Virginia Woolf; De ratones y de hombres y Las viñas de la<br />

ira, de John Steinbeck; El retrato de Jenny, de Robert Nathan, y La ruta del<br />

tabaco, de Erskine Caldwell. Entre los títulos que no recuerdo a la distancia de<br />

medio siglo había por lo menos uno de Hemingway, tal vez de cuentos, que era<br />

lo que más les gustaba de él a los tres de Barranquilla; otro de Jorge Luis<br />

Borges, sin duda también de cuentos, v quizás otro de Felisberto Hernández, el<br />

insólito cuentista uruguayo que mis amigos acababan de descubrir a gritos. Los<br />

leí todos en los meses siguientes, a unos bien y a otros menos, y gracias a<br />

ellos logré salir del limbo creativo en que estaba encallado.<br />

Por la pulmonía me habían prohibido fumar, pero fumaba en el baño <strong>com</strong>o<br />

escondido de mí mismo. El médico se dio cuenta y me habló en serio, pero no<br />

logré obedecerle. Ya en Sucre, mientras trataba de leer sin pausas los libros<br />

recibidos, encendía un cigarrillo con la brasa del otro hasta que ya no podía<br />

más, y mientras más trataba de dejarlo más fumaba. Llegué a cuatro cajetillas<br />

diarias, interrumpía las <strong>com</strong>idas <strong>para</strong> fumar y quemaba las sábanas por<br />

quedarme dormido con el cigarrillo encendido. El miedo de la muerte me

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