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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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uscarlo, escribió a su mujer una carta breve y tierna, en la cual le decía dónde<br />

tenía escondido su dinero, y le dio algunas instrucciones finales sobre el<br />

porvenir de los hijos. La dejó debajo de la almohada <strong>com</strong>ún, donde sin duda la<br />

encontraría su mujer cuando se acostara a dormir, y sin ninguna clase de<br />

adioses salió al encuentro de su mala hora<br />

Aun las versiones menos válidas coinciden en que era un lunes típico del<br />

octubre caribe, con una lluvia triste de nubes bajas y un viento funerario.<br />

Medardo Pacheco, vestido de domingo, acababa de entrar en un callejón ciego<br />

cuando el coronel <strong>Márquez</strong> le salió al paso. Ambos estaban armados. Años<br />

después, en sus divagaciones lunáticas, mi abuela solía decir: «Dios le dio a<br />

Nicolasito la ocasión de perdonarle la vida a ese pobre hombre, pero no supo<br />

aprovecharla». Quizás lo pensaba porque el coronel le dijo que había visto un<br />

relámpago de pesadumbre en los ojos del adversario tomado de sorpresa.<br />

También le dijo que cuando el enorme cuerpo de ceiba se derrumbó sobre los<br />

matorrales, emitió un gemido sin palabras, «<strong>com</strong>o el de un garito mojado». La<br />

tradición oral atribuyó a Papalelo una frase retórica en el momento de<br />

entregarse al alcalde: «La bala del honor venció a la bala del poder».<br />

Es una sentencia fiel al estilo liberal de la época pero no he podido conciliarla<br />

con el talante del abuelo.<br />

La verdad es que no hubo testigos. Una versión autorizada habrían sido los<br />

testimonios judiciales del abuelo y sus contemporáneos de ambos bandos,<br />

pero del expediente, si lo hubo, no quedaron ni sus luces. De las numerosas<br />

versiones que escuché hasta hoy no encontré dos que coincidieran.<br />

El hecho dividió a las familias del pueblo, incluso a la del muerto. Una parte de<br />

ésta se propuso vengarlo, mientras que otros acogieron en sus casas a<br />

Tranquilina Iguarán con sus hijos, hasta que amainaron los riesgos de una<br />

venganza. Estos detalles me impresionaban tanto en la niñez que no sólo<br />

asumí el peso de la culpa ancestral <strong>com</strong>o si fuera propia, sino que todavía<br />

ahora, mientras lo escribo, siento más <strong>com</strong>pasión por la familia del muerto que<br />

por la mía.

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