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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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también muy de ellos, <strong>para</strong> quienes lo importante era escribir bien. Lo demás<br />

era asunto de los editores.<br />

Es decir: estaba otra vez en nuestra Barranquilla de siempre, pero mi desgracia<br />

era la conciencia de que aquella vez no tendría ánimos <strong>para</strong> perseverar con<br />

«La Jirafa». En realidad había cumplido su misión de imponerme una<br />

carpintería diaria <strong>para</strong> aprender a escribir desde cero, con la tenacidad y la<br />

pretensión encarnizada de ser un escritor distinto. En muchas ocasiones no<br />

podía con el tema, y lo cambiaba por otro cuando me daba cuenta de que<br />

todavía me quedaba grande. En todo caso, fue una gimnasia esencial <strong>para</strong> mi<br />

formación de escritor, con la certidumbre cómoda de que no era más que un<br />

material alimenticio sin ningún <strong>com</strong>promiso histórico.<br />

La sola busca del tema diario me había amargado los primeros meses. No me<br />

dejaba tiempo <strong>para</strong> más: perdía horas escudriñando los otros periódicos,<br />

tomaba notas de conversaciones privadas, me extraviaba en fantasías que me<br />

maltrataban el sueño, hasta que me salió al encuentro la vida real. En ese<br />

sentido mi experiencia más feliz fue la de una tarde en que vi al pasar desde el<br />

autobús un letrero simple en la puerta de una casa: «Se venden palmas<br />

fúnebres».<br />

Mi primer impulso fue tocar <strong>para</strong> averiguar los datos de aquel hallazgo, pero me<br />

venció la timidez. De modo que la vida misma me enseñó que uno de los<br />

secretos más útiles <strong>para</strong> escribir es aprender a leer los jeroglíficos de la<br />

realidad sin tocar una puerta <strong>para</strong> preguntar nada. Esto se me hizo mucho más<br />

claro mientras releía en años recientes las más de cuatrocientas «jirafas»<br />

publicadas, y de <strong>com</strong><strong>para</strong>rlas con algunos de los textos literarios a que dieron<br />

origen.<br />

Por Navidades llegó de vacaciones la plana mayor de El Espectador, desde el<br />

director general, don <strong>Gabriel</strong> Cano, con todos los hijos: Luis <strong>Gabriel</strong>, el gerente;<br />

Guillermo, entonces subdirector; Alfonso, subgerente, y Fidel, el menor,<br />

aprendiz de todo. Llegó con ellos Eduardo Zalamea, Ulises, quien tenía un<br />

valor especial <strong>para</strong> mí por la publicación de mis cuentos y su nota de<br />

presentación. Tenían la costumbre de gozar en pandilla la primera semana del

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