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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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muy sensible a la debilidad de una frase en la que dos palabras cercanas rimen<br />

entre sí, aunque sea en rima vocálica, y prefiero no publicarla mientras no la<br />

tenga resuelta. Por eso estuve a punto de prescindir muchas veces del apellido<br />

Buendía por su rima ineludible con los pretéritos imperfectos. Sin embargo el<br />

apellido acabó imponiéndose porque había logrado <strong>para</strong> él una identidad<br />

convincente.<br />

En ésas andaba cuando amaneció en la casa de Sucre una caja de madera sin<br />

letreros pintados ni referencia alguna. Mi hermana Margot la había recibido sin<br />

saber de quién, convencida de que era algún rezago de la farmacia vendida.<br />

Yo pensé lo mismo y desayuné en familia con el corazón en su puesto. Mi papá<br />

aclaró que no había abierto la caja porque pensó que era el resto de mi<br />

equipaje, sin recordar que ya no me quedaban ni los restos de nada en este<br />

mundo. Mi hermano Gustavo, que a los trece años ya tenía práctica bastante<br />

<strong>para</strong> clavar o desclavar cualquier cosa, decidió abrirla sin permiso. Minutos<br />

después oímos su grito:<br />

—¡Son libros!<br />

Mi corazón saltó antes que yo. En efecto, eran libros sin pista alguna del<br />

remitente, empacados de mano maestra hasta el tope de la caja y con una<br />

carta difícil de descifrar por la caligrafía jeroglífica y la lírica hermética de<br />

Germán Vargas: «Ahí le va esa vaina, maestro, a ver si por fin aprende».<br />

Firmaban también Alfonso Fuenmayor, y un garabato que identifiqué <strong>com</strong>o de<br />

don Ramón Vinyes, a quien aún no conocía. Lo único que me re<strong>com</strong>endaban<br />

era que no <strong>com</strong>etiera ningún plagio que se notara demasiado. Dentro de uno<br />

de los libros de Faulkner iba una nota de Álvaro Cepeda, con su letra<br />

enrevesada, y escrita además a toda prisa, en la cual me avisaba que la<br />

semana siguiente se iba por un año a un curso especial en la escuela de<br />

periodismo de la Universidad de Columbia, en Nueva York.<br />

Lo primero que hice fue exhibir los libros en la mesa del <strong>com</strong>edor, mientras mi<br />

madre terminaba de levantar los trastos del desayuno. Tuvo que armarse de<br />

una escoba <strong>para</strong> espantar a los hijos menores que querían cortar las<br />

ilustraciones con las tijeras de podar y a los perros callejeros que husmeaban

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