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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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hasta las corvas su cabellera de cerdas retintas que se resistieron a las canas<br />

hasta muy avanzada la vejez. Se la lavaba con aguas de esencias una vez por<br />

semana, y se sentaba a peinarse en la puerta de su dormitorio en un<br />

ceremonial sagrado de varias horas, consumiendo sin sosiego unas calillas de<br />

tabaco basto que fumaba al revés, con el fuego dentro de la boca, <strong>com</strong>o lo<br />

hacían las tropas liberales <strong>para</strong> no ser descubiertos por el enemigo en la<br />

oscuridad de la noche. También su modo de vestir era distinto, con pollerines y<br />

corpiños de hilo inmaculado y babuchas de pana.<br />

Al contrario del purismo castizo de la abuela, la lengua de Mama era la más<br />

suelta de la jerga popular. No la disimulaba ante nadie ni en circunstancia<br />

alguna, y a cada quien le cantaba las verdades en su cara. Incluida una monja,<br />

maestra de mi madre en el internado de Santa Marta, a quien paró en seco por<br />

una impertinencia baladí: «Usted es de las que confunden el culo con las<br />

témporas». Sin embargo, siempre se las arregló de tal modo que nunca pareció<br />

grosera ni insultante.<br />

Durante media vida fue la depositaría de las llaves del cementerio, asentaba y<br />

expedía las partidas de defunción y hacía en casa las hostias <strong>para</strong> la misa. Fue<br />

la única persona de la familia, de cualquier sexo, que no parecía tener<br />

atravesada en el corazón una pena de amor contrariado. Tomamos conciencia<br />

de eso una noche en que el médico se pre<strong>para</strong>ba a ponerle una sonda, y ella<br />

se lo impidió por una razón que entonces no entendí: «Quiero advertirle, doctor,<br />

que nunca conocí hombre».<br />

Desde entonces seguí oyéndosela con frecuencia, pero nunca me pareció<br />

gloriosa ni arrepentida, sino <strong>com</strong>o un hecho cumplido que no dejó rastro alguno<br />

en su vida. En cambio, era una casamentera redomada que debió sufrir en su<br />

juego doble de hacerle el cuarto a mis padres sin ser desleal con Mina.<br />

Tengo la impresión de que se entendía mejor con los niños que con los adultos.<br />

Fue ella quien se ocupó de Sara Emilia hasta que ésta se mudó sola al cuarto<br />

de los cuadernos de Calleja. Entonces nos acogió a Margot y a mí en su lugar,<br />

aunque la abuela siguió a cargo de mi aseo personal y el abuelo se ocupaba de<br />

mi formación de hombre.

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