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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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El corazón me dio un vuelco, pensando que quizás ya sabía todo de mí y lo<br />

más lejos <strong>para</strong> él podía ser la muerte. En el recuento confidencial que el<br />

director le hizo a Zabala de su conversación con el general, le reveló que éste<br />

sabía con nombres y apellidos quién escribía cada nota diaria. El director, en<br />

un gesto muy propio de su modo de ser, le dijo que lo hacía por órdenes suyas<br />

y que en los periódicos <strong>com</strong>o en los cuarteles las órdenes se cumplían. De<br />

todos modos el general le aconsejó al director que moderáramos la campaña,<br />

no fuera que algún bárbaro de las cavernas quisiera hacer justicia en nombre<br />

de su gobierno. El director entendió, y todos entendimos hasta lo que no dijo.<br />

Lo que más sorprendió al director fueron sus alardes de conocer la vida interna<br />

del periódico <strong>com</strong>o si viviera dentro. Nadie dudó de que su agente secreto<br />

fuera el censor, aunque éste juró por los restos de su madre que no era él. Lo<br />

único que el general no trató de contestar en su visita fue nuestra pregunta<br />

diaria. El director, que tenía fama de sabio, nos aconsejó que creyéramos<br />

cuanto nos habían dicho, porque la verdad podía ser peor.<br />

Desde que me <strong>com</strong>prometí en la guerra contra la censura me desentendí de la<br />

universidad y de los cuentos. Menos mal que la mayoría de los maestros no<br />

pasaban lista, y eso favorecía las faltas de asistencia. Además, los maestros<br />

liberales que conocían mis gambetas con la censura sufrían más que yo<br />

buscando el modo de ayudarme en los exámenes. Hoy, tratando de contarlos,<br />

no encuentro aquellos días en mis recuerdos, y he terminado por creerle más al<br />

olvido que a la memoria.<br />

Mis padres durmieron tranquilos desde que les hice saber que en el periódico<br />

ganaba bastante <strong>para</strong> sobrevivir. No era cierto. El sueldo mensual de aprendiz<br />

no me alcanzaba <strong>para</strong> una semana. Antes de tres meses abandone el hotel<br />

con una deuda impagable que la dueña me cambió más tarde por una nota en<br />

la página social sobre los quince años de su nieta. Pero sólo aceptó el negocio<br />

por una vez.<br />

El dormitorio más concurrido y fresco de la ciudad siendo el paseo de los<br />

Mártires, aun con el toque de queda. Allí me quedaba a dormitar sentado,<br />

cuando terminaban las tertulias de la madrugada. Otras veces dormía en la<br />

bodega del periódico sobre las bobinas de papel o me aparecía con mi

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