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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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En la primera semana tuve que escaparme del cuarto a las cuatro de la<br />

madrugada, porque nos equivocamos de fecha y el oficial podía llegar en<br />

cualquier momento. Salí por el portón del cementerio a través de los fuegos<br />

fatuos y los ladridos de los perros necrófilos. En el segundo puente del caño vi<br />

venir un bulto des<strong>com</strong>unal que no reconocí hasta que nos cruzamos. Era el<br />

sargento en persona, que me habría encontrado en su casa si me hubiera<br />

demorado cinco minutos más.<br />

—Buenos días, blanco —me dijo con un tono cordial. Yo le contesté sin<br />

convicción:<br />

—Dios lo guarde, sargento.<br />

Entonces se detuvo <strong>para</strong> pedirme fuego. Se lo di, muy cerca de él, <strong>para</strong><br />

proteger el fósforo del viento del amanecer. Cuando se apartó con el cigarrillo<br />

encendido, me dijo de buen talante:<br />

—Llevas un olor a puta que no puedes con él.<br />

El susto me duró menos de lo que yo esperaba, pues el miércoles siguiente<br />

volví a quedarme dormido y cuando abrí los ojos me encontré con el rival<br />

vulnerado que me contemplaba en silencio desde los pies de la cama. Mi terror<br />

fue tan intenso que me costó trabajo seguir respirando. Ella, también desnuda,<br />

trató de interponerse, pero el marido la apartó con el cañón del revólver.<br />

—Tú no te metas —le dijo—. Las vainas de cama se arreglan con plomo.<br />

Puso el revólver sobre la mesa, destapó una botella de ron de caña, la puso<br />

junto al revólver y nos sentamos frente a frente a beber sin hablar. No podía<br />

imaginarme lo que iba a hacer, pero pensé que si quería matarme lo habría<br />

hecho sin tantos rodeos. Poco después apareció Nigromanta envuelta en una<br />

sábana y con ínfulas de fiesta, pero él la apuntó con el revólver.<br />

—Esto es una vaina de hombres —le dijo.<br />

Ella dio un salto y se escondió detrás del cancel.

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