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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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expediente, aun con exceso de testimonios jurados y documentos probatorios,<br />

y los llevó él mismo a Santa Marta <strong>para</strong> firmar el protocolo de la entrega. De<br />

acuerdo con los cálculos menos alegres, era una cantidad bastante <strong>para</strong> él y<br />

sus descendientes hasta la segunda generación. «No se preocupen —nos<br />

decía la abuela—, la plata de la jubilación ha de alcanzar <strong>para</strong> todo.» El correo,<br />

que nunca fue algo urgente en la familia, se convirtió entonces en un enviado<br />

de la Divina Providencia.<br />

Yo mismo no conseguí eludirlo, con la carga de incertidumbre que llevaba<br />

dentro. Sin embargo, en ocasiones Tranquilina era de un temple que no<br />

correspondía en nada con su nombre. En la guerra de los Mil Días mi abuelo<br />

fue encarcelado en Riohacha por un primo hermano de ella que era oficial del<br />

ejército conservador. La parentela liberal, y ella misma, lo entendieron <strong>com</strong>o un<br />

acto de guerra ante el cual no valía <strong>para</strong> nada el poder familiar. Pero cuando la<br />

abuela se enteró de que al marido lo tenían en el cepo <strong>com</strong>o un criminal<br />

<strong>com</strong>ún, se le enfrentó al primo con un perrero y lo obligó a entregárselo sano y<br />

salvo.<br />

El mundo del abuelo era otro bien distinto. Aun en sus últimos años parecía<br />

muy ágil cuando andaba por todos lados con su caja de herramientas <strong>para</strong><br />

re<strong>para</strong>r los daños de la casa, o cuando hacía subir el agua del baño durante<br />

horas con la bomba manual del traspatio, o cuando se trepaba por las<br />

escaleras empinadas <strong>para</strong> <strong>com</strong>probar la cantidad de agua en los toneles, pero<br />

en cambio me pedía que le atara los cordones de las botas porque se quedaba<br />

sin aliento cuando quería hacerlo él mismo. No murió por milagro una mañana<br />

en que trató de coger el loro cegato que se había trepado hasta los toneles.<br />

Había alcanzado atraparlo por el cuello cuando resbaló en la pasarela y cayó a<br />

tierra desde una altura de cuatro metros. Nadie se explicó cómo pudo<br />

sobrevivir con sus noventa kilos y sus cincuenta y tantos años.<br />

Ése fue <strong>para</strong> mí el día memorable en que el médico lo examinó desnudo en la<br />

cama, palmo a palmo, y le preguntó qué era una vieja cicatriz de media<br />

pulgada que le descubrió en la ingle.<br />

—Fue un balazo en la guerra —dijo el abuelo.

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