24.04.2013 Views

Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

permaneció todavía un día encerrado a solas en su cuarto, y al siguiente me<br />

visitó en el periódico <strong>para</strong> decirme que cien años de batallas diarias no podían<br />

desaparecer en un día. De modo que se iba a Miami sin un clavo y sin familia,<br />

<strong>para</strong> reconstruir pieza por pieza, y a partir de nada, el circo sumergido. Me<br />

impresionó tanto su determinación por encima de la tragedia, que lo a<strong>com</strong>pañé<br />

a Barranquilla <strong>para</strong> despedirlo en el avión de La Florida. Antes de abordar me<br />

agradeció la decisión de enrolarme en su circo y me prometió que me mandaría<br />

a buscar tan pronto <strong>com</strong>o tuviera algo concreto. Se despidió con un abrazo tan<br />

desgarrado que entendí con el alma el amor de sus leones. Nunca más se<br />

supo de él.<br />

El avión de Miami salió a las diez de la mañana del mismo día en que apareció<br />

mi nota sobre Razzore: el 16 de setiembre de 1948. Me disponía a regresar a<br />

Cartagena aquella misma tarde cuando se me ocurrió pasar por El Nacional, un<br />

diario vespertino donde escribían Germán Vargas y Álvaro Cepeda, los amigos<br />

de mis amigos de Cartagena. La redacción estaba en un edificio car<strong>com</strong>ido de<br />

la ciudad vieja, con un largo salón vacío dividido por una baranda de madera.<br />

Al fondo del salón, un hombre joven y rubio, en mangas de camisa, escribía en<br />

una máquina cuyas teclas estallaban <strong>com</strong>o petardos en el salón desierto. Me<br />

acerqué casi en puntillas, intimidado por los crujidos lúgubres del piso, y esperé<br />

en la baranda hasta que se volvió a mirarme, y me dijo en seco, con una voz<br />

armoniosa de locutor profesional:<br />

—¿Qué pasa?<br />

Tenía el cabello corto, los pómulos duros y unos ojos diáfanos e intensos que<br />

me parecieron contrariados por la interrupción. Le contesté <strong>com</strong>o pude, letra<br />

por letra:<br />

—Soy <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong>.<br />

Sólo al oír mi propio nombre dicho con semejante convicción caí en la cuenta<br />

de que Germán Vargas podía muy bien no saber quién era, aunque en<br />

Cartagena me habían dicho que hablaban mucho de mí con los amigos de<br />

Barranquilla desde que leyeron mi primer cuento. El Nacional había publicado

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!