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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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coraje <strong>para</strong> decirlo. Entonces <strong>com</strong>prendí que lo único sensato era escribirle una<br />

carta de agradecimiento a Guillermo Cano, y regresar a Barranquilla al estado<br />

de gracia en que me encontraba hacía seis meses.<br />

Con el inmenso alivio de haber salido del infierno tomé un taxi <strong>para</strong> regresar al<br />

hotel. El noticiero del mediodía hizo un largo <strong>com</strong>entario a dos voces <strong>com</strong>o si<br />

los derrumbes hubieran sido ayer. El chofer se desahogó casi a gritos contra la<br />

negligencia del gobierno y el mal manejo de los auxilios a los damnificados, y<br />

de algún modo me sentí culpable de su justa rabia. Pero entonces había vuelto<br />

a escampar y el aire se hizo diáfano y fragante por la explosión de flores en el<br />

parque Berrío. De pronto, no sé por qué, sentí el zarpazo de la locura.<br />

—Hagamos una cosa —le dije al chofer—: Antes de pasar por el hotel, lléveme<br />

al lugar de los derrumbes.<br />

—Pero allá no hay nada que ver —me dijo él—. Sólo las velas encendidas y las<br />

crucecitas <strong>para</strong> los muertos que no pudieron desenterrar.<br />

Así caí en la cuenta de que tanto las víctimas <strong>com</strong>o los sobrevivientes eran de<br />

distintos lugares de la ciudad, y éstos la habían atravesado en masa <strong>para</strong><br />

rescatar los cuerpos de los caídos en el primer derrumbe. La tragedia grande<br />

fue cuando los curiosos desbordaron el lugar y otra parte de la montaña se<br />

deslizó en una avalancha arrasadora. De modo que los únicos que pudieron<br />

contar el cuento fueron los pocos que escaparon de los derrumbes sucesivos y<br />

estaban vivos en el otro extremo de la ciudad.<br />

—Entiendo le dije al chofer tratando de dominar el temblor de la voz—.<br />

Lléveme a donde están los vivos.<br />

Dio media vuelta en mitad de la calle y se disparó en el sentido opuesto. Su<br />

silencio no sólo debía ser el resultado de la velocidad de ahora, sino la<br />

esperanza de convencerme con sus razones.<br />

El principio del hilo eran dos niños de ocho y once años que habían salido de<br />

su casa a cortar leña el martes 12 de julio a las siete de la mañana. Se habían<br />

alejado unos cien metros cuando sintieron el estropicio de la avalancha de

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