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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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hasta una noche de tantas en La Cueva, cuando se me ocurrió hacer alarde de<br />

mi albedrío <strong>para</strong> hacer lo que me diera la gana. El maestro Zabala sostuvo en<br />

el aire la cuchara de la sopa que estaba a punto de tomarse, mirándome por<br />

encima del arco de sus espejuelos, y me paró en seco:<br />

—Dime una vaina, <strong>Gabriel</strong>: ¿en medio de las tantas pendejadas que haces has<br />

podido darte cuenta de que este país se está acabando?<br />

La pregunta dio en el blanco. Borracho hasta los tuétanos me tiré a dormir de<br />

madrugada en una banca del Paseo de los Mártires y un aguacero bíblico me<br />

dejó convertido en una sopa de huesos. Estuve dos semanas en el hospital con<br />

una pulmonía refractaria a los primeros antibióticos conocidos, que tenían la<br />

mala fama de causar secuelas tan temibles <strong>com</strong>o la impotencia precoz.<br />

Más esquelético y pálido que de natura, mis padres me llamaron a Sucre <strong>para</strong><br />

restaurarme del exceso de trabajo —según decían en su carta—. Más lejos<br />

llegó El Universal con un editorial de despedida que me consagró <strong>com</strong>o<br />

periodista y escritor de recursos maestros, y en otra <strong>com</strong>o autor de una novela<br />

que nunca existió y con un título que no era mío: Ya cortamos el heno. Más<br />

raro aún en un momento en que no tenía ningún propósito de reincidir en la<br />

ficción. La verdad es que aquel título tan ajeno a mí lo inventó Héctor Rojas<br />

Herazo al correr de la máquina, <strong>com</strong>o uno más de los aportes de César Guerra<br />

Valdés, un escritor imaginario de la más pura cepa latinoamericana creado por<br />

él <strong>para</strong> enriquecer nuestras polémicas. Héctor había publicado en El Universal<br />

la noticia de su llegada a Cartagena y yo le había escrito un saludo en mi<br />

sección «Punto y aparte» con la esperanza de sacudir el polvo en las<br />

conciencias dormidas de una auténtica narrativa continental. De todos modos,<br />

la novela imaginaria con el bello título inventado por Héctor fue reseñada años<br />

después no sé dónde ni por qué en un ensayo sobre mis libros, <strong>com</strong>o una obra<br />

capital de la nueva literatura.<br />

El ambiente que encontré en Sucre fue muy propicio a mis ideas de aquellos<br />

días. Le escribí a Germán Vargas <strong>para</strong> pedirle que me mandaran libros,<br />

muchos libros, tantos <strong>com</strong>o fueran posibles <strong>para</strong> ahogar en obras maestras una<br />

convalecencia prevista <strong>para</strong> seis meses. El pueblo estaba en diluvio. Papá

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