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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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de caña. Pero había razones <strong>para</strong> pensar que sería bien recibido en una ciudad<br />

que en medio de sus tropeles industriales y sus ínfulas cívicas mantenía viva la<br />

devoción por sus poetas.<br />

Además de nosotros serían pocos los colaboradores regulares. El único<br />

profesional con una buena experienda era Carlos Osío Noguera —el Vate<br />

Osío— un poeta y periodista de una simpatía muy propia y un cuerpo<br />

des<strong>com</strong>unal, funcionario del gobierno y censor en El Nacional, donde había<br />

trabajado con Álvaro Cepeda y Germán Vargas. Otro sería Roberto (Bob)<br />

Prieto, un raro erudito de la alta clase social, que podía pensar en inglés o<br />

francés tan bien <strong>com</strong>o en español y tocar al piano de memoria obras varias de<br />

grandes maestros. El menos <strong>com</strong>prensible de la lista que se le ocurrió a<br />

Alfonso Fuenmayor fue Julio Mario Santodomingo. Lo impuso sin reservas por<br />

sus propósitos de ser un hombre distinto, pero lo que pocos entendíamos era<br />

que figurara en la lista del consejo editorial, cuando parecía destinado a ser un<br />

Rockefeller latino, inteligente, culto y cordial, pero condenado sin remedio a las<br />

brumas del poder. Muy pocos sabían, <strong>com</strong>o lo sabíamos los cuatro promotores<br />

de la revista, que el sueño secreto de sus veinticinco años era ser escritor.<br />

El director, por derecho propio, sería Alfonso. Germán Vargas sería antes que<br />

nada el reportero grande con quien yo esperaba <strong>com</strong>partir el oficio, no cuando<br />

tuviera tiempo —que nunca tuvimos—, sino cuando se me cumpliera el sueño<br />

de aprenderlo. Álvaro Cepeda mandaría colaboraciones en sus horas libres de<br />

la Universidad de Columbia, en Nueva York. Al final de la cola, nadie estaba<br />

más libre y ansioso que yo <strong>para</strong> ser nombrado jefe de redacción de un<br />

semanario independiente e incierto, y así se hizo.<br />

Alfonso tenía reservas de archivo desde hacía años y mucho trabajo<br />

adelantado en los últimos seis meses con notas editoriales, materiales<br />

literarios, reportajes maestros y promesas de anuncios <strong>com</strong>erciales de sus<br />

amigos ricos. El jefe de redacción, sin horario definido y con un sueldo mejor<br />

que el de cualquier periodista de mi categoría, pero condicionado a las<br />

ganancias del futuro, estaba también pre<strong>para</strong>do <strong>para</strong> tener la revista bien y a<br />

tiempo. Por fin, el sábado de la semana siguiente, cuando entré en nuestro

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