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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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vital de la ciudad donde se ventilaban asuntos de Estado a espaldas del<br />

gobierno y el único lugar del mundo donde las vendedoras de fritangas sabían<br />

quién sería el próximo gobernador antes de que se le ocurriera en Bogotá al<br />

presidente de la República.<br />

Fascinado al instante con la algarabía, me abrí paso a tropezones con mi<br />

maleta a rastras por entre el gentío de las seis de la tarde. Un anciano<br />

andrajoso y en los puros huesos me miraba sin parpadear desde la plataforma<br />

de los limpiabotas con unos ojos helados de gavilán. Me frenó en seco. Tan<br />

pronto <strong>com</strong>o vio que lo había visto se ofreció <strong>para</strong> llevarme la maleta. Se lo<br />

agradecí, hasta que precisó en su lengua materna:<br />

—Son treinta chivos.<br />

Imposible. Treinta centavos por llevar una maleta era un mordisco <strong>para</strong> los<br />

únicos cuatro pesos que me quedaban mientras recibía los refuerzos de mis<br />

padres la semana siguiente.<br />

—Eso vale la maleta con todo lo que tiene dentro —le dije.<br />

Además, la pensión donde debía estar ya la pandilla de Bogotá no quedaba<br />

muy lejos. El anciano se resignó con tres chivos, se colgó al cuello las abarcas<br />

que llevaba puestas y cargó la maleta en el hombro con una fuerza inverosímil<br />

<strong>para</strong> sus huesos, y corrió <strong>com</strong>o un atleta a pie descalzo por un vericueto de<br />

casas coloniales descascaradas por siglos de abandono. El corazón se me<br />

salía por la boca a mis veintiún años tratando de no perder de vista al vejestorio<br />

olímpico al que no podían quedarle muchas horas de vida. Al cabo de cinco<br />

cuadras entró por el portón grande del hotel y trepó de dos en dos los peldaños<br />

de las escaleras. Con su aliento intacto puso la maleta en el suelo y me tendió<br />

la palma de la mano:<br />

—Treinta chivos.<br />

Le recordé que ya le había pagado, pero él se empeñó en que los tres<br />

centavos del portal no incluían la escalera. La dueña del hotel, que salió a

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