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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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5<br />

Nunca imaginé que nueve meses después del grado de bachiller se publicaría<br />

mi primer cuento en el suplemento literario «Fin de Semana» de El Espectador<br />

de Bogotá, el más interesante y severo de la época. Cuarenta y dos días más<br />

tarde se publicó el segundo. Sin embargo, lo más sorprendente <strong>para</strong> mí fue una<br />

nota consagratoria del subdirector del periódico y director del suplemento<br />

literario, Eduardo Zalamea Borda, Ulises, que era el crítico colombiano más<br />

lúcido de entonces y el más alerta a la aparición de nuevos valores.<br />

Fue un proceso tan inesperado que no es fácil contarlo. Me había matriculado a<br />

principios de aquel año en la facultad de derecho de la Universidad Nacional de<br />

Bogotá, <strong>com</strong>o estaba acordado con mis padres. Vivía en el puro centro de la<br />

ciudad, en una pensión de la calle Florián, ocupada en su mayoría por<br />

estudiantes de la costa atlántica. En las tardes libres, en vez de trabajar <strong>para</strong><br />

vivir, me quedaba leyendo en mi cuarto o en los cafés que lo permitían. Eran<br />

libros de suerte y azar, y dependían más de mi suerte que de mis azares, pues<br />

los amigos que podían <strong>com</strong>prarlos me los prestaban con plazos tan restringidos<br />

que pasaba noches en vela <strong>para</strong> devolverlos a tiempo. Pero al contrario de los<br />

que leí en el liceo de Zipaquirá, que ya merecían estar en un mausoleo de<br />

autores consagrados, éstos los leíamos <strong>com</strong>o pan caliente, recién traducidos e<br />

impresos en Buenos Aires después de la larga veda editorial de la segunda<br />

guerra europea. Así descubrí <strong>para</strong> mi suerte a los ya muy descubiertos Jorge<br />

Luis Borges, D. H. Lawrence y Aldous Huxley, a Graham Greene y Chesterton,<br />

a William Irish y Katherine Mansfield y a muchos más.<br />

Estas novedades se conocían en las vitrinas inalcanzables de las librerías, pero<br />

algunos ejemplares circulaban por los cafés de estudiantes, que eran centros<br />

activos de divulgación cultural entre universitarios de provincia. Muchos tenían<br />

sus lugares reservados año tras año, y allí recibían el correo y hasta los giros<br />

postales. Algunos favores de los dueños, o de sus dependientes de confianza,<br />

fueron decisivos <strong>para</strong> salvar muchas carreras universitarias. Numerosos

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