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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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después, Marulanda consultado <strong>para</strong> este dato en su campamento de guerra—<br />

contestó que no recordaba si en realidad era él.<br />

No fue posible conseguir una noticia más. Yo andaba ansioso por descubrirla<br />

desde que regresé de Villarrica, pero no encontraba una puerta. La Oficina de<br />

Información y Prensa de la presidencia nos estaba vedada, y el ingrato<br />

episodio de Villarrica yacía sepultado bajo la reserva militar. Había echado la<br />

esperanza al cesto de la basura, cuando José Salgar se plantó frente a mi<br />

escritorio, fingiendo la sangre fría que nunca tuvo, y me mostró un telegrama<br />

que acababa de recibir.<br />

—Aquí está lo que usted no vio en Villar rica —me dijo.<br />

Era el drama de una muchedumbre de niños sacados de sus pueblos y veredas<br />

por las Fuerzas Armadas sin plan preconcebido y sin recursos, <strong>para</strong> facilitar la<br />

guerra de exterminio contra la guerrilla del Tolima. Los habían se<strong>para</strong>do de sus<br />

padres sin tiempo <strong>para</strong> establecer quién era hijo de quién, y muchos de ellos<br />

mismos no sabían decirlo. El drama había empezado con una avalancha de mil<br />

doscientos adultos conducidos a distintas poblaciones del Tolima, después de<br />

nuestra visita a Melgar, e instalados de cualquier manera y luego abandonados<br />

a la mano de Dios. Los niños, se<strong>para</strong>dos de sus padres por simples<br />

consideraciones logísticas y dispersos en varios asilos del país, eran unos tres<br />

mil de distintas edades y condiciones. Sólo treinta eran huérfanos de padre y<br />

madre, y entre éstos un par de gemelos con trece días de nacidos. La<br />

movilización se hizo en absoluto secreto, al amparo de la censura de prensa,<br />

hasta que el corresponsal de El Espectador nos telegrafió las primeras pistas<br />

desde Ambalema, a doscientos kilómetros de Villarrica.<br />

En menos de seis horas encontramos trescientos menores de cinco años en el<br />

Amparo de Niños de Bogotá, muchos de ellos sin filiación. Helí Rodríguez, de<br />

dos años, apenas si pudo dictar su nombre. No sabía nada de nada, ni dónde<br />

se encontraba, ni por qué, ni sabía los nombres de sus padres ni pudo dar<br />

ninguna pista <strong>para</strong> encontrarlos. Su único consuelo era que tenía derecho a<br />

permanecer en el asilo hasta los catorce años. El presupuesto del orfanato se<br />

alimentaba de ochenta centavos mensuales que le daba por cada niño el

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