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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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—¡Y tú, por qué carajo me gritas!<br />

Colgué aterrado. Debo admitir que a pesar de mi fiebre de <strong>com</strong>unicación tengo<br />

que reprimir todavía el pavor al teléfono y al avión, y no sé si me venga de<br />

aquellos días. ¿Cómo podía llegar a hacer algo? Por fortuna, mamá repetía a<br />

menudo la respuesta: «Hay que sufrir <strong>para</strong> servir».<br />

La primera noticia de papá nos llegó a las dos semanas en una carta más<br />

destinada a entretenernos que a informarnos de nada. Mi madre lo entendió así<br />

y aquel día lavó los platos cantando <strong>para</strong> subirnos la moral. Sin mi papá era<br />

distinta: se identificaba con las hijas <strong>com</strong>o si fuera una hermana mayor. Se<br />

a<strong>com</strong>odaba a ellas tan bien que era la mejor en los juegos infantiles, aun con<br />

las muñecas, y llegaba a perder los estribos y se peleaba con ellas de igual a<br />

igual. En el mismo sentido de la primera llegaron otras dos cartas de mi papá<br />

con proyectos tan promisorios que nos ayudaron a dormir mejor.<br />

Un problema grave era la rapidez con que se nos quedaba la ropa. A Luis<br />

Enrique no lo heredaba nadie, ni hubiera sido posible porque llegaba de la calle<br />

arrastrado y con el vestido en piltrafas, y nunca entendimos por qué. Mi madre<br />

decía que era <strong>com</strong>o si caminara por entre alambradas de púas. Las hermanas<br />

—entre siete y nueve años— se las arreglaban unas con otras <strong>com</strong>o podían<br />

con prodigios de ingenio, y siempre he creído que las urgencias de aquellos<br />

días las volvieron adultas prematuras. Aída era recursiva y Margot había<br />

superado en gran parte su timidez y se mostró cariñosa y servicial con la recién<br />

nacida. El más difícil fui yo, no sólo porque tenía que hacer diligencias<br />

distinguidas, sino porque mi madre, protegida por el entusiasmo de todos,<br />

asumió el riesgo de mermar los fondos domésticos <strong>para</strong> matricularme en la<br />

escuela Cartagena de Indias, a unas diez cuadras a pie desde la casa.<br />

De acuerdo con la convocatoria, unos veinte aspirantes acudimos a las ocho de<br />

la mañana <strong>para</strong> el concurso de ingreso. Por fortuna no era un examen escrito,<br />

sino que había tres maestros que nos llamaban en el orden en que nos<br />

habíamos inscrito la semana anterior, y hacían un examen sumario de acuerdo<br />

con nuestros certificados de estudios anteriores. Yo era el único que no los<br />

tenía, por falta de tiempo <strong>para</strong> pedirlos al Montessori y a la escuela primaria de

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