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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Barcelona de sus sueños. El único <strong>com</strong>entario, a medida que llegábamos al<br />

café del mediodía, fue el mismo de todos:<br />

—¡Qué vaina!<br />

No fui consciente entonces de que estaba viviendo un año diferente de mi vida,<br />

y hoy no tengo dudas de que fue decisivo. Hasta entonces me había<br />

conformado con mi pinta de perdulario. Era querido y respetado por muchos, y<br />

admirado por algunos, en una ciudad donde cada quien vivía a su modo y<br />

a<strong>com</strong>odo. Hacía una vida social intensa, participaba en certámenes artísticos y<br />

sociales con mis sandalias de peregrino que parecían <strong>com</strong>pradas <strong>para</strong> imitar a<br />

Álvaro Cepeda, con un solo pantalón de lienzo y dos camisas de diagonal que<br />

lavaba en la ducha.<br />

De un día <strong>para</strong> otro, por razones diversas —y algunas demasiado frívolas—<br />

empecé a mejorar la ropa, me corté el pelo <strong>com</strong>o recluta, me adelgacé el bigote<br />

y aprendí a usar unos zapatos de senador que me regaló sin estrenar el doctor<br />

Rafael Marriaga, miembro itinerante del grupo e historiador de la ciudad,<br />

porque le quedaban grandes. Por la dinámica inconsciente del arribismo social<br />

empecé a sentir que me ahogaba de calor en el cuarto del Rascacielos, <strong>com</strong>o<br />

si Aracataca hubiera estado en Siberia, y a sufrir por los clientes de paso que<br />

hablaban en voz alta al levantarse y no me cansaba de refunfuñar porque las<br />

pájaras de la noche seguían arriando a sus cuartos cuadrillas enteras de<br />

marineros de agua dulce.<br />

Hoy me doy cuenta de que mi catadura de mendigo no era por pobre ni por<br />

poeta sino porque mis energías estaban concentradas a fondo en la tozudez de<br />

aprender a escribir. Tan pronto <strong>com</strong>o vislumbré el buen camino abandoné el<br />

Rascacielos y me mudé al apacible barrio del Prado, en el otro extremo urbano<br />

y social, a dos cuadras de la casa de Meira Delmar y a cinco del hotel histórico<br />

donde los hijos de los ricos bailaban con sus amantes vírgenes después de la<br />

misa del domingo. O <strong>com</strong>o dijo Germán: empecé a mejorar <strong>para</strong> mal.<br />

Vivía en la casa de las hermanas Ávila —Esther, Mayito y Toña—, a quienes<br />

había conocido en Sucre, y estaban empeñadas desde hacía tiempo en

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