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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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sus guisos de iguana, que daban ímpetus <strong>para</strong> tres noches <strong>com</strong>pletas. No volví<br />

a leer ni a sumarme a la rutina de la mesa familiar. Eso correspondía a la idea<br />

tantas veces expresada por mi madre de que yo hacía a mi manera lo que me<br />

daba la gana, y en cambio la mala fama la arrastraba el pobre Luis Enrique.<br />

Este, sin conocer la frase de mi madre, me dijo por esos días: «Lo único que<br />

falta decir ahora es que estoy corrompiéndote y me manden otra vez a la casa<br />

de corrección».<br />

Por Navidad decidí huir de la <strong>com</strong>petencia anual de las carrozas y me escapé<br />

con dos amigos cómplices <strong>para</strong> la población vecina de Majagual. Anuncié en<br />

casa que me iba por tres días, pero me quedé diez. La culpa fue de María<br />

Alejandrina Cervantes, una mujer inverosímil que conocí la primera noche, y<br />

con quien perdí la cabeza en la parranda más fragorosa de mi vida. Hasta el<br />

domingo en que no amaneció en mi cama y desapareció <strong>para</strong> siempre. Años<br />

más tarde la rescaté de mis nostalgias, no tanto por sus gracias <strong>com</strong>o por la<br />

resonancia de su nombre, y la reviví <strong>para</strong> proteger a otra en alguna de mis<br />

novelas, <strong>com</strong>o dueña y señora de una casa de placer que nunca existió. De<br />

regreso a casa encontré a mi madre hirviendo el café en la cocina a las cinco<br />

de la madrugada. Me dijo con un susurro cómplice que me quedara con ella,<br />

porque mi padre acababa de despertar, y estaba dispuesto a demostrarme que<br />

ni en las vacaciones era yo tan libre <strong>com</strong>o creía. Me sirvió un tazón de café<br />

cerrero, aunque sabía que no me gustaba, y me hizo sentar junto al fogón. Mi<br />

padre entró en piyama, todavía con el humor del sueño, y se sorprendió de<br />

verme con el tazón humeante, pero me hizo una pregunta sesgada:<br />

—¿No decías que no tomabas café? Sin saber qué contestarle, le inventé lo<br />

primero que se me pasó por la cabeza:<br />

—Siempre tengo sed a esta hora.<br />

—Como todos los borrachos —replicó él.<br />

No me miró más ni se volvió a hablar del asunto. Pero mi madre me informó<br />

que mi padre, deprimido desde aquel día, había empezado a considerarme<br />

<strong>com</strong>o un caso perdido, aunque nunca me lo dejó saber.

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