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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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cinco durante varias semanas sin resultado alguno. Me sorprendió que las más<br />

asiduas eran tres muy mayores y siempre de luto cerrado, pero ninguna tenía<br />

nada que ver con el lepro<strong>com</strong>io de Agua de Dios. Fue un fracaso del cual tardé<br />

en reponerme, no sólo por amor propio ni por hacer una obra de caridad, sino<br />

porque estaba convencido de que detrás de la historia misma de aquella mujer<br />

de luto había otra historia apasionante.<br />

A medida que zozobraba en los pantanos del reportaje, mi relación con el<br />

grupo de Barranquilla se fue haciendo más intensa. Sus viajes a Bogotá no<br />

eran frecuentes, pero yo los asaltaba por teléfono a cualquier hora en cualquier<br />

apuro, sobre todo a Germán Vargas, por su concepción pedagógica del<br />

reportaje. Los consultaba en cada apuro, que eran muchos, o ellos me<br />

llamaban cuando había motivos <strong>para</strong> felicitarme. A Álvaro Cepeda lo tuve<br />

siempre <strong>com</strong>o un condiscípulo en la silla de al lado. Después de las burlas<br />

cordiales de ida y vuelta que fueron siempre de rigor dentro del grupo, me<br />

sacaba del pantano con una simplicidad que nunca dejó de asombrarme. En<br />

cambio, mis consultas con Alfonso Fuenmayor eran más literarias. Tenía la<br />

magia certera <strong>para</strong> salvarme de apuros con ejemplos de grandes autores o<br />

<strong>para</strong> dictarme la cita salvadora rescatada de su arsenal sin fondo. Su broma<br />

maestra fue cuando le pedí el título <strong>para</strong> una nota sobre los vendedores de<br />

<strong>com</strong>idas callejeras acosados por las autoridades de Higiene. Alfonso me soltó<br />

la respuesta inmediata:<br />

—El que vende <strong>com</strong>ida no se muere de hambre.<br />

Se la agradecí en el alma, y me pareció tan oportuna que no pude resistir la<br />

tentación de preguntarle de quién era. Alfonso me paró en seco con la verdad<br />

que yo no recordaba:<br />

—Es suya, maestro.<br />

En efecto, la había improvisado en alguna nota sin firma, pero la había<br />

olvidado. El cuento circuló durante años entre los amigos de Barranquilla, a<br />

quienes nunca pude convencer de que no había sido una broma.

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