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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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que se los llevaron en un tren de carga <strong>para</strong> echarlos en el mar <strong>com</strong>o el<br />

banano de rechazo. Así que mi verdad quedó extraviada <strong>para</strong> siempre en algún<br />

punto improbable de los dos extremos. Sin embargo, fue tan persistente que en<br />

una de mis novelas referí la matanza con la precisión y el horror con que la<br />

había incubado durante años en mi imaginación. Fue así <strong>com</strong>o la cifra de<br />

muertos la mantuve en tres mil, <strong>para</strong> conservar las proporciones épicas del<br />

drama, y la vida real terminó por hacerme justicia: hace poco, en uno de los<br />

aniversarios de la tragedia, el orador de turno en el Senado pidió un minuto de<br />

silencio en memoria de los tres mil mártires anónimos sacrificados por la fuerza<br />

pública.<br />

La matanza de las bananeras fue la culminación de otras anteriores, pero con<br />

el argumento adicional de que los líderes fueron señalados <strong>com</strong>o <strong>com</strong>unistas, y<br />

tal vez lo eran. Al más destacado y perseguido, Eduardo Mahecha, lo conocí<br />

por azar en la cárcel Modelo de Barranquilla por los días en que fui con mi<br />

madre a vender la casa, y tuve con él una buena amistad desde que me<br />

presenté <strong>com</strong>o el nieto de Nicolás <strong>Márquez</strong>. Fue él quien me reveló que el<br />

abuelo no había sido neutral sino mediador en la huelga de 1928, y lo<br />

consideraba un hombre justo. De modo que me <strong>com</strong>pletó la idea que siempre<br />

tuve de la masacre y me formé una concepción más objetiva del conflicto<br />

social. La única discrepancia entre los recuerdos de todos fue sobre el número<br />

de muertos, que de todos modos no será la única incógnita de nuestra historia.<br />

Tantas versiones encontradas han sido la causa de mis recuerdos falsos. Entre<br />

ellos, el más persistente es el de mí mismo en la puerta de la casa con un<br />

casco prusiano y una escopetita de juguete, viendo desfilar bajo los almendros<br />

el batallón de cachacos sudorosos. Uno de los oficiales que los <strong>com</strong>andaba en<br />

uniforme de <strong>para</strong>da me saludó al pasar:<br />

—Adiós, capitán Gabi.<br />

El recuerdo es nítido, pero no hay ninguna posibilidad de que sea cierto. El<br />

uniforme, el casco y la escopeta coexistieron, pero unos dos años después de<br />

la huelga cuando ya no había tropas de guerra en Cataca. Múltiples casos

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