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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Fue la primera bonanza de mi vida pero sin tiempo <strong>para</strong> disfrutarla. El<br />

apartamento que alquilé amueblado y con servicio de lavandería no era más<br />

que un dormitorio con un baño, teléfono y desayuno en la cama, y una ventana<br />

grande con la llovizna eterna de la ciudad más triste del mundo. Sólo lo usé<br />

<strong>para</strong> dormir desde las tres de la madrugada, al cabo de una hora de lectura,<br />

hasta los noticieros de radio de la mañana <strong>para</strong> orientarme con la actualidad<br />

del nuevo día.<br />

No dejé de pensar con cierta inquietud que era la primera vez que tenía un<br />

lugar fijo y propio <strong>para</strong> vivir pero sin tiempo ni siquiera <strong>para</strong> darme cuenta.<br />

Estaba tan ocupado en sortear mi nueva vida, que mi único gasto notable fue el<br />

bote de remos que cada fin de mes le mandé puntual a la familia. Sólo hoy<br />

caigo en la cuenta de que apenas si tuve tiempo de ocuparme de mi vida<br />

privada. Tal vez porque sobrevivía dentro de mí la idea de las madres caribes,<br />

de que las bogotanas se entregaban sin amor a los costeños sólo por cumplir el<br />

sueño de vivir frente al mar. Sin embargo, en mi primer apartamento de soltero<br />

en Bogotá lo logré sin riesgos, desde que pregunté al portero si estaban<br />

permitidas las visitas de amigas de medianoche, y él me dio su respuesta<br />

sabia:<br />

—Está prohibido, señor, pero yo no veo lo que no debo.<br />

A fines de julio, sin aviso previo, José Salgar se plantó frente a mi mesa<br />

mientras escribía una nota editorial y me miró con un largo silencio. Interrumpí<br />

en mitad de una frase, y le dije intrigado:<br />

—¡Qué es la vaina!<br />

Él ni siquiera parpadeó, jugando al bolero invisible con su lápiz de color, y con<br />

una sonrisa diabólica cuya intención se notaba demasiado. Me explicó sin<br />

preguntárselo que no me había autorizado el reportaje de la matanza de<br />

estudiantes en la carrera Séptima porque era una información difícil <strong>para</strong> un<br />

primíparo. En cambio, me ofreció por su cuenta y riesgo el diploma de<br />

reportero, de un modo directo pero sin el menor ánimo de desafío, si era capaz<br />

de aceptarle una propuesta mortal:

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