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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Es decir, era el nieto de Medardo Pacheco, el hombre que mi abuelo había<br />

matado en franca lid. No me dio tiempo de asustarme, porque lo dijo de un<br />

modo muy cálido, <strong>com</strong>o si también ésa fuera una manera de ser parientes.<br />

Estuvimos de parranda con él durante tres días y tres noches en su camión de<br />

doble fondo, bebiendo brandy caliente y <strong>com</strong>iendo sancochos de chivo en<br />

memoria de los abuelos muertos. Pasaron varios días antes de que me<br />

confesara la verdad: se había puesto de acuerdo con Escalona <strong>para</strong><br />

asustarme, pero no tuvo corazón <strong>para</strong> seguir las bromas de los abuelos<br />

muertos. En realidad se llamaba José Prudencio Aguilar, y era un<br />

contrabandista de oficio, derecho y de buen corazón. En homenaje suyo, <strong>para</strong><br />

no ser menos, bauticé con su nombre al rival que José Arcadio Buendía mató<br />

con una lanza en la gallera de Cien años de soledad.<br />

Lo malo fue que al final de aquel viaje de nostalgias no habían llegado todavía<br />

los libros vendidos, sin los cuales no podía cobrar mis anticipos. Me quedé sin<br />

un céntimo y el metrónomo del hotel andaba más deprisa que mis noches de<br />

fiesta. Víctor Cohen empezó a perder la poca paciencia que le quedaba por<br />

causa de los infundios de que la plata de su deuda la despilfarraba con<br />

chiflamicas de baja estofa y guarichas de mala muerte. Lo único que me<br />

devolvió el sosiego fueron los amores contrariados de El derecho de nacer, la<br />

novela radial de don Félix B. Caignet, cuyo impacto popular revivió mis viejas<br />

ilusiones con la literatura de lágrimas. La lectura inesperada de El viejo y el<br />

mar, de Hemingway, que llegó de sorpresa en la revista Life en Español, acabó<br />

de restablecerme de mis quebrantos.<br />

En el mismo correo llegó el cargamento de libros que debía entregar a sus<br />

dueños <strong>para</strong> cobrar mis anticipos. Todos pagaron puntuales, pero ya debía en<br />

el hotel más del doble de lo que había ganado, y Villegas me advirtió que no<br />

tendría ni un clavo más antes de tres semanas. Entonces hablé en serio con<br />

Víctor Cohen y él aceptó un vale con un fiador. Como Escalona y su pandilla no<br />

estaban a la mano, un amigo providencial me hizo el favor sin <strong>com</strong>promisos,<br />

sólo porque le había gustado un cuento mío publicado en Crónica. Sin<br />

embargo, a la hora de la verdad no pude pagarle a nadie.

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