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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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grande». En los gastos de la mudanza debía de estar prevista la instalación y el<br />

sostén de la familia, pero no mis avíos de colegio. De no tener sino un par de<br />

zapatos rotos y una muda de ropa que usaba mientras me lavaban la otra, mi<br />

madre me equipó de ropa nueva con un baúl del tamaño de un catafalco sin<br />

preveer que en seis meses ya habría crecido una cuarta. Fue también ella<br />

quien decidió por su cuenta que empezara a usar los pantalones largos, contra<br />

la disposición social acatada por mi padre de que no podían llevarse mientras<br />

no se empezara a cambiar de voz.<br />

La verdad es que en las discusiones sobre la educación de cada hijo me<br />

sostuvo siempre la ilusión de que papá, en una de sus rabias homéricas,<br />

decretara que ninguno de nosotros volviera al colegio. No era imposible. Él<br />

mismo fue un autodidacta por la fuerza mayor de su pobreza, y su padre<br />

estaba inspirado por la moral de acero de don Fernando VII, que proclamaba la<br />

enseñanza individual en casa <strong>para</strong> preservar la integridad de la familia. Yo le<br />

temía al colegio <strong>com</strong>o a un calabozo, me espantaba la sola idea de vivir<br />

sometido al régimen de una campana, pero también era mi única posibilidad de<br />

gozar de mi vida libre desde los trece años, en buenas relaciones con la<br />

familia, pero lejos de su orden, de su entusiasmo demográfico, de sus días<br />

azarosos, y leyendo sin tomar aliento hasta donde me alcanzara la luz.<br />

Mi único argumento contra el colegio San José, uno de los más exigentes y<br />

costosos del Caribe, era su disciplina marcial pero mi madre me paró con un<br />

alfil: «Allí se hacen los gobernadores». Cuando ya no hubo retroceso posible,<br />

mi padre se lavó las manos:<br />

—Conste que yo no dije ni que sí ni que no.<br />

Él habría preferido el colegio Americano <strong>para</strong> que aprendiera inglés, pero mi<br />

madre lo descartó con la razón viciada de que era un cubil de luteranos. Hoy<br />

tengo que admitir en honor de mi padre que una de las fallas de mi vida de<br />

escritor ha sido no hablar inglés.

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