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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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A cualquier hora del día el abuelo me llevaba de <strong>com</strong>pras al <strong>com</strong>isariato<br />

suculento de la <strong>com</strong>pañía bananera. Allí conocí los pargos, y por primera vez<br />

puse la mano sobre el hielo y me estremeció el descubrimiento de que era frío.<br />

Era feliz <strong>com</strong>iendo lo que se me antojaba, pero me aburrían las partidas de<br />

ajedrez con el Belga y las conversaciones políticas. Ahora me doy cuenta, sin<br />

embargo, de que en aquellos largos paseos veíamos dos mundos distintos. Mi<br />

abuelo veía el suyo en su horizonte, y yo veía el mío a la altura de mis ojos. El<br />

saludaba a sus amigos en los balcones y yo anhelaba los juguetes de los<br />

cacharreros expuestos en los andenes.<br />

A la prima noche nos demorábamos en el fragor universal de Las Cuatro<br />

Esquinas, él conversando con don Antonio Daconte, que lo recibía de pie en la<br />

puerta de su tienda abigarrada, y yo asombrado con las novedades del mundo<br />

entero. Me enloquecían los magos de feria que sacaban conejos de los<br />

sombreros, los tragadores de candela, los ventrílocuos que hacían hablar a los<br />

animales, los acordeoneros que cantaban a gritos las cosas que sucedían en la<br />

Provincia. Hoy me doy cuenta de que uno de ellos, muy viejo y con una barba<br />

blanca, podía ser el legendario Francisco el Hombre.<br />

Cada vez que la película le parecía apropiada, don Antonio Daconte nos<br />

invitaba a la función tempranera de su salón Olympia, <strong>para</strong> alarma de la<br />

abuela, que lo tenía <strong>com</strong>o un libertinaje impropio <strong>para</strong> un nieto inocente. Pero<br />

Papalelo persistió, y al día siguiente me hacía contar la película en la mesa, me<br />

corregía los olvidos y errores y me ayudaba a reconstruir los episodios difíciles.<br />

Eran atisbos de arte dramático que sin duda de algo me sirvieron, sobre todo<br />

cuando empecé a dibujar tiras cómicas desde antes de aprender a escribir. Al<br />

principio me lo celebraban <strong>com</strong>o gracias pueriles, pero me gustaban tanto los<br />

aplausos fáciles de los adultos, que éstos terminaron por huirme cuando me<br />

sentían llegar. Más tarde me sucedió lo mismo con las canciones que me<br />

obligaban a cantar en bodas y cumpleaños.<br />

Antes de dormir pasábamos un buen rato por el taller del Belga, un anciano<br />

pavoroso que apareció en Aracataca después de la primera guerra mundial, y<br />

no dudo de que fuera belga por el recuerdo que tengo de su acento aturdido y<br />

sus nostalgias de navegante. El otro ser vivo en su casa era un gran danés,

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