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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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sorbo y fue hacia donde estaba Suárez. Le cogió del brazo y ladeando la cabeza le dijo al oído unaescuchita maliciosa:—Adolfo, hacen falta presidentes jóvenes... ¡en todo!—Lo malo es que... —Suárez rápido y en el mismo tono— los mayores no se dejan. [168]Una confidencia del Rey al jefe del Gobierno de la RepúblicaSánchez-Albornoz fue uno de los desterrados que no volvieron para quedarse sino para ver supatria por última vez. Permaneció en España algo más de dos meses. El 30 de junio, víspera de suregreso a Buenos Aires, fue recibido en La Zarzuela. Él no era sólo un intelectual opuesto a ladictadura y represaliado por Franco. Sánchez-Albornoz era sobre todo un político: había sido jefedel Gobierno de la República española en el exilio. Eso daba mayor significado a su visita al Rey.Por romper el hielo cortés del encuentro, le dijo a Don Juan Carlos:—Usted y yo tenemos algunas diferencias acerca de la forma de organizar el Estado, pero tenemosen común ¡tantas cosas y tan importantes...! Si Azcárate visitó a don Alfonso XIII en el Palacio Real,sin por ello dejar de ser republicano, bien podía yo venir a conversar con su nieto, también sin dejarde serlo. [169] Pienso, y así lo he dicho estos días en mis conferencias por España, que todos hemos dealentar al nuevo Rey si queremos avanzar por el camino de la democracia. Sé que no es fácil, ¡nadafácil!, pasar limpiamente de una dictadura férrea a un sistema democrático. —Y cruzó los dedos deambas manos con expresividad.En otro momento, disculpándose por su ignorancia de tratamientos y protocolos monárquicos,bromeó:—Yo, como historiador, estoy muy acostumbrado a tratar reyes muertos; pero, la verdad, nuncahasta hoy había tratado a un rey vivo. —Y los dos a la vez soltaron una carcajada.Durante la estancia de Sánchez-Albornoz en España, y entre los múltiples eventos de agasajo en suhonor, se había producido un nubarrón desagradable: a mediados de mayo Fraga ordenó suspenderuna cena de homenaje organizada por antiguos miembros de Acción Republicana. Tras variasgestiones de mediación, Fraga consintió que se celebrara la cena pero sin discursos. A lo que donClaudio respondió negándose a asistir a «un banquete de mudos». [170]El Rey tuvo noticia del inoportuno suceso y se disgustó. Aprovechando que la Reina atendía muyinteresada a lo que le contaba el ministro de Cultura, Robles Piquer, hizo un aparte con Sánchez-Albornoz. De modo sucinto, le puso al corriente de cómo se resistían los oligarcas franquistas —políticos, militares, banqueros y altos cargos de empresas públicas— a perder su situación dedominio o a que hubiese un vuelco revolucionario, una «vuelta de la tortilla». Y que era ésa y sóloésa la causa de que la reforma estuviera tardando en arrancar con el brío que la mayoría de losespañoles demandaba.Para aliviar el mal sabor de la prohibición de Fraga y dar a don Claudio una señal anticipada deque las cosas iban a tomar otro rumbo y otro impulso, el Rey le hizo una revelación de carácterreservado:—Quede esto entre usted y yo, como una confidencia que nadie, ni siquiera el interesado, sabetodavía: hoy es el último día de Arias al frente del Gobierno.Y así, con estricta reserva, se refirió Sánchez-Albornoz a su conversación con el monarca, cuandolos periodistas le preguntaron:—El Rey me ha tratado con gran amabilidad y afecto. Hemos hablado de lo divino y de lo humano,

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