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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Congreso, y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridadesciviles y a la Junta de Jefes del Estado Mayor que tomen las medidas necesarias para mantener elorden constitucional dentro de la legalidad vigente. Cualquier medida de carácter militar que, en sucaso, hubiera de tomarse deberá contar con la aprobación de la Junta de Jefes del Estado Mayor. LaCorona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna accioneso actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que laConstitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum.Termina. La Reina dice: «¡Ha salido estupendo, muy bien!»Erquicia y Picatoste se miran. El Rey no ha estado ni natural ni suelto; demasiado envarado. Seenganchó y tartamudeó un par de veces. En un momento así, con todo el país expectante, y tratándosede un mensaje breve, de impacto, de espoleta, para afirmar autoridad y solidez, debe salir perfectoen la imagen y en la dicción. Con ese discurso de minuto y medio, el Rey tiene que disipar todas lasbrumas, todas las dudas y dar una orden firme de ponerse todos bajo la ley, bajo la Constitución.En ese minuto y medio se juegan cosas muy importantes para todos: resolver el aplastamiento delgolpe y el triunfo de la democracia. El Rey, «la baza que nos queda», no puede equivocarse, nopuede balbucir, no puede tener un tartamudeo.Picatoste se atreve: «Señor, convendría repetirlo entero, dos veces, la segunda nos servirá comocopia de seguridad.»Al Rey le parece bien. Cuando van a empezar de nuevo son las 00.27.En cuanto terminan, el Rey le dice a Picatoste: «¡Venga, y ahora emitirlo a toda leche!»Salen de La Zarzuela a las 00.30, fuertemente escoltados por miembros de la Guardia Real quebajo sus gabardinas blancas llevan metralletas Uzi, negras y compactas. Van en distintos coches y porcaminos diferentes. Unos toman la salida de Somontes, otros la carretera de El Pardo. Se encuentrancon tropas sublevadas: la columna de jeeps de la DAC Brunete mandada por Pardo Zancada, enmarcha hacia el Congreso. No los identifican ni les interrumpen el paso. Picatoste en un coche,sentado encima de las cintas. En otro vehículo, Erquicia y Fernando Gutiérrez han camuflado la copiade seguridad dentro de una caja de cables. Los de la furgoneta del equipo técnico llevan dos cintasvírgenes en fundas rotuladas «Mensaje de S. M. el Rey, 23 febrero 1981».El trayecto de regreso es lento porque por precaución —temen encontrarse tropas de solistas— danrodeos por vías secundarias, y en varios tramos conducen despacio con los faros apagados. Tardanuna hora, cuatro veces más de lo habitual.Hasta la 1.23 no se emite el mensaje.En ese momento, el general Armada sale del Congreso. Su última palabra a Tejero es: «Volveré.»El Gobierno de Armada, una lista delatoraArmada, que ha ido al hotel Palace con la intención de entrar luego en el Congreso, hablar conTejero y proponerse como presidente del Gobierno, si bien a título personal, sin invocar el respaldodel Rey ni el del Alto Estado Mayor, encuentra a la task force de los leales en el pequeño despacholateral que el director del hotel Palace les ha cedido. Son siete u ocho personas: los generalesAramburu y Sáenz de Santa María, que viste de paisano; el gobernador civil de Madrid, MarianoNicolás; el coronel de la Policía Nacional, Alcalá Galiano; los comandantes Ostos y Moreno, y elcoronel Vázquez, todos de la Guardia Civil. Demasiada gente. Armada tiene que ceñirseestrictamente a los límites que Gabeiras y La Zarzuela le han marcado: «Esta gestión es mía. El Rey

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