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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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habrá otras razones, importantes y suficientes... Entiendo lo que quiere de mí y, antes que me lo pida,le ofrezco mi dimisión.» Me la aceptó al instante.Igual que en el almuerzo del Jockey, Arias volvió a evocar la escena de octubre de 1909 cuandoAntonio Maura fue a pedir a Alfonso XIII que le renovara la confianza, y el monarca prefirióinterpretar sus palabras como una dimisión, le agradeció el gesto y designó inmediatamente aSegismundo Moret para presidir el Consejo de Ministros.—Por lo demás —continuó Arias—, el tono de la conversación fue de una corrección exquisita,por parte de ambos. El Rey me dijo que siguiera yendo a verle a La Zarzuela, ya que estimaba enmucho mis opiniones, lo cual en tales circunstancias me dejó algo perplejo.Y terminó con unas palabras rápidas de agradecimiento y despedida. Se le notaba incómodo,cortante, con ganas de terminar. Luego se levantó y rodeando la mesa fue abrazando a cada uno de losministros. Al llegar a Areilza, le tendió la mano fríamente dejándole con el abrazo en el aire. [177]«No perdamos de vista a Adolfo»Adolfo Suárez le acompañó a su despacho:—Presidente, no nos has dicho que el Rey va a darte el título de marqués...Arias se encogió de hombros con un gesto equívoco, mitad modestia mitad displicencia.—¿Y qué razones te ha dado para aceptar tu dimisión?—¿Razones? Razones no me ha dado ninguna porque ni las tiene ni es capaz de inventárselas... Meha dicho cuatro idioteces, nada... ¡Es un imbécil! [178]Los ministros se demoraron todavía un rato, charlando en pequeños grupos, desperdigados por elsalón.Suárez, lívido, se acercó a Martín Villa:—¡Está con un cabreo sordo! Me ha hablado del Rey con una dureza y un desprecio... No era elmomento de pararle los pies, pero le ha insultado...—En la breve exposición que nos ha hecho —respondió Martín Villa—, aunque yo no soy muy deagudezas y florituras, en mi opinión le han faltado algunas palabras de elogio al Rey. Hombre, al finy al cabo, este Gobierno que cesa, ¡que nos cesan!, es el primer Gobierno de la Monarquía.—Espero que los cafres de Fuerza Nueva no monten ninguna reacción. [179]A Fraga y a Areilza se les veía rozagantes. Sonreían satisfechos. Quizá uno y otro suponían quehabía llegado la hora de su fortuna.Apoyado en una consola, Areilza hablaba con Garrigues, su colega y consuegro:—Esto estaba cantado. El Rey se ha cansado de aguantar. En mayo, cuando Arias vetó unaentrevista mía en televisión, torpedeaba mis gestiones con la Santa Sede y se negó a recibirme antesde mi viaje a Rabat, yo me harté y le dije al Rey: «Señor, me voy, dimito.» El Rey me retuvo: «JoséMaría, te lo prohíbo. Espera y aguanta. Yo también aguanto.» Mi suerte es que me he pasado estossiete meses prácticamente fuera, viajando como un marchand del producto Spanish democracy, y nohe tenido que aguantar su rostro sombrío, sus actitudes torvas, su aire enigmático... Como dice Pío,«la esfinge sin secreto».—Le han tocado épocas difíciles, inéditas, de cambios bruscos: la muerte de Carrero, el fin de ladictadura, el arranque de la Monarquía; pero la verdad es que como gobernante no ha estado a laaltura, ha sido muy mediocre. —Garrigues, hombre justo, intentaba esquivar el juicio ad hóminem—.Repito, como gobernante. No ha liderado el equipo, no ha impulsado, no ha marcado una ruta.

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