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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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El propio Parlamento tendría que presentar o comunicar al Rey la solución que hubiesen acordado.Pero lo importante ahora es resolver la emergencia en que estamos.»Volvió a llamar a Zarzuela. Habló con el Rey. Luego, más extensamente, con Sabino. Al fin, a esode las once menos cuarto, autorizado por el Rey y por mí, decidimos: «Bueno, que vaya, peroexclusivamente para convencer a Tejero de que retire a sus guardias y se entregue.» Es lo que medijo el Rey antes de que saliera Armada. Yo, encerrados los dos en mi despacho, volví a leerle lacartilla y a insistirle en lo mismo, que no era cosa mía sino de La Zarzuela. Incluso le propuse, y selo dije al Rey, acompañarle a las Cortes para que convenciera a Tejero, pero como una añagaza, yasí yo tendría la seguridad de que, estando con él, no se ofrecería para ser presidente del Gobierno.La respuesta de Armada me pareció increíble: «¡Ni hablar! Nunca le he mentido a nadie y no voy amentirle a Tejero.» Le contesté: «Pues yo, por una cosa así, le mentiría hasta al sursuncorda. Y alfinal fue.» [35]Extraño malabarismo el de Armada con la Constitución y el vacío de poder. Si conseguía queTejero y sus guardias se retirasen del Congreso, automáticamente quedaría restablecida lanormalidad. ¿Qué necesidad habría entonces de formar un nuevo Gobierno?Es obvio que Armada quería aprovechar el golpe de Tejero para dar su golpe de mano personalpro domo sua. Utilizar el escenario parlamentario, el maltrecho psiquismo de los diputados y eldetonante militar para su operación política.En todo caso, lo que no podía vestirse de licitud, con metralletas o sin metralletas, era suplantar alcandidato en plena liturgia de investidura y ponerse él, porque había logrado convencer al CuartelGeneral del Ejército y a Su Majestad el Rey. ¿Negociar? Con Tejero, sí, el fin de la coacción. Pero,para presidir un Gobierno, con quien tendría que «negociar» sería con ese diputado que, sin estarretenido aparte junto con los «rehenes de oro», era el único que tenía todos los avales legítimos delpoder: su señoría Leopoldo Calvo-Sotelo.¿Era pensable que Leopoldo le cediera el turno? Tal vez sí, en aquellas tremendas circunstancias...Cuando llevaban un montón de horas de secuestro, modales zafios de los civilones y chulerías delcapitán Muñecas desde la tribuna, Leopoldo se desahogó con los ministros que tenía más cerca,Pérez-Llorca, García Añoveros y Ordóñez:—Si salimos de ésta, yo renuncio a la presidencia —lo dijo muy serio y como nauseado—. Losiento, pero lo de los militares yo no lo entiendo. Es mejor que se haga cargo Adolfo.—Pues yo, si salimos de ésta —remachó Ordóñez—, me largo de este país bananero que no tieneremedio y me voy a vivir al extranjero. [36]En el supuesto de que el candidato reafirmara esa renuncia, y retiradas las fuerzas de Tejero, almenos del hemiciclo, la fórmula de Armada se podría haber aceptado. Así lo admitía, venciendo surepugnancia, el diputado socialista Pablo Castellano:Con la Constitución en una mano y el dictamen de los letrados de Cortes en la otra, la oferta deArmada hubiese tenido cabida legal: «Señorías, ante tan grave situación —ése iba a ser su discursodesde la tribuna—, yo sacrifico mi carrera militar y me ofrezco para presidir un Gobierno de ampliacoalición que gestione imparcialmente las próximas elecciones. Acabo de hablar con los dirigentespolíticos de sus partidos y cuento con sus votos positivos.» Y eso, estando los líderes de los partidosmás importantes retenidos en la sala del carillón, lo hubiesen aceptado todos los diputados. Más omenos a lo trágala, pero todos.Según Armada, «la autorización para ir al Congreso me la dio Gabeiras, después de consultar con

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