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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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constancia de cómo te designó al elegirte en la terna, porque aquello fue una apuesta de riesgo y deconfianza, como tú mismo has dicho mil veces.»Le enseñaron también el discurso de dimisión que el presidente iba a pronunciar por RTVE esamisma tarde.—¿Me las he saltado, leyendo de prisa —preguntó Sabino—, o no hay referencias al Rey?—No, no hay ninguna —contestó Suárez—. Hay una mención importante de mi lealtad a la Corona.—Sí, ya veo, pero entre una batería de lealtades: a España, a la democracia, a la UCD, a laCorona, y a tu propia obra...Pidió una copia para el Rey. Iba verdaderamente de «censor real». Pero Adolfo, astuto, se habíaguardado algunas prendas en el depósito de su estilográfica. Luego las añadiría a mano.El texto que se llevó Sabino era el que se había elaborado en La Moncloa. Pero, poco antes de lagrabación televisiva, Suárez introdujo algunos cambios. En el original, se despedía con unareferencia a Dios —«que Dios siga siendo generoso con todos nosotros y con España»—, y lacambió por otra más laica, que sonara menos a mensaje de Navidad, y más en la línea sencilla y civilde todos sus discursos televisivos o parlamentarios: «Muchas gracias a todos y por todo.»Y otras dos interpolaciones, éstas importantes, que darían mucho que hablar y mucho queconjeturar: «Me voy sin que nadie me lo haya pedido» y «yo no quiero que el sistema democrático deconvivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España». Engatilladas entre líneas, desu puño y letra, porque quería decirlas. [55]Era un binomio lógico que al buen entendedor le aclaraba el porqué de su dimisión: «Me voy sinque me lo pida el único que podría atreverse a pedírmelo, el Rey. Y me voy para que mipermanencia no provoque a los únicos que podrían interrumpir y colapsar la democracia: losmilitares.» Es decir: «Me voy para librarles a ustedes de algo nefasto.»Unos párrafos antes, Suárez confesaba que dimitir no era «una decisión fácil» pero que «hayencrucijadas, tanto en nuestra vida personal como en la historia de los pueblos, en las que uno debepreguntarse serenamente si presta mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto orenunciando a él». Y, tras ese examen de conciencia ético, se respondía en voz alta: «He llegado alconvencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa paraEspaña que mi permanencia en la presidencia.»En la explicación de su adiós no decía por qué se iba, más bien enjaretaba una retahíla de razonesque no eran la causa de su dimisión, sino una batería de «no razones»: «No me voy por cansancio, nome voy por haber sufrido un revés, no me voy por temor al futuro.» Y en ese punto daba un quiebro:«Me voy porque las palabras ya no son suficientes y hay que demostrar con hechos lo que somos y loque queremos.» Un paso más: quiere que su renuncia sirva como «revulsivo moral» y haga posible uncambio de conductas en la clase política española.Y tras punto y seguido, una gran pista: no quiere que el precio de su continuidad lo pague el pueblo;por eso su decisión de irse «es tan firme como meditada». Es decir, está dispuesto a pagar el precioél, con su renuncia. Pero el precio ¿de qué?, ¿por qué?, ¿para evitar qué? Y ahí, las dos «fraseslinterna» añadidas a última hora: «Me voy sin que nadie me lo haya pedido»; porque «no quiero queel sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España».Ese «nadie» sólo podían ser los militares o el Rey. O los militares y el Rey. Podían, sin deberpoder.En ese juego de prestidigitación del político inteligente que no mostrando muestra y no diciendodice, Suárez consigue que la gente entienda que se va porque un «nadie», quienquiera que sea, le hapedido que se vaya. O que un «nadie», quienquiera que sea, se lo iba a pedir, y él se quita de en

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