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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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concordia, pasar página.Tras conocer los resultados, la hecatombe de AP y el hundimiento del PCE, en uno de sus asertosmás sensatos, Manuel Fraga dijo: «Este pueblo ha demostrado que tiene memoria.»Torcuato, sin lugar bajo el solLa esfinge tenía su secreto. Y su ambición. Según Alfonso Armada, «su dimisión de las Cortes fueestratégica: Torcuato se reservaba, por si la UCD no obtenía los votos suficientes para gobernar ensolitario y debía hacer pacto de legislatura o incluso coaligarse con AP. En ese supuesto, él podríapresidir el Gobierno de esa coalición, ya que Suárez y Fraga entre sí no iban a entenderse». [183]Ante el mapa político que dibujaron las elecciones generales del 15-J, Torcuato vio que habíabraceado a contracorriente de la realidad: la hecatombe de la derecha de Fraga y «los sietemagníficos», con sólo dieciséis diputados; el PCE que, con diecinueve diputados, no era el fiero ytemible león que pintaban; la sorprendente pujanza del PSOE, con 118 escaños, beneficiado, quién selo iba a decir, por el correctivo del belga D’Hont que afanosamente buscó Miguel Herrero de Miñóncon idea de barrer los restos para la derecha. En fin, la UCD, el partido probeta, con tan nulo pedigrícomo Suárez, su fundador, alzándose vencedor con 165 escaños. Suárez no necesitaba a Fraga nipara que le abanicase. Como estratega y politólogo, Torcuato acusó el craso error en sus pronósticos.Y como político con ambiciones, debió de sentirse moralmente derrotado.Al no tener siquiera escaño en las nuevas Cortes, el Rey le nombró senador real para la legislaturaconstituyente. Se adscribió al grupo de senadores de UCD, pero notaba soledad y ninguneo, suopinión no interesaba, incluso algunas veces resultó molesta. Así, cuando en los debates sobre eltítulo VIII, la ordenación territorial de España, Torcuato manifestó su desacuerdo con lasnacionalidades y anunció que iba a presentar varias enmiendas, ya que era un senador adscrito algrupo de UCD, pero no pertenecía al partido. El portavoz Jiménez Blanco le hizo llegar unexpeditivo recado de parte de Abril Martorell: «O te callas o te marchas.» Y se marchó. [184]Los Suárez invitaban a cenar o almorzar a los Fernández-Miranda, hasta que un día Carmen Lozana,la mujer de Torcuato, se puso al teléfono y le dijo a Amparo Illana: «Mira, me cuesta decírtelo, perodebo ser sincera contigo: preferimos que no nos llaméis ni nos invitéis más... Han ocurrido muchascosas que no se han hecho bien, y que ya no vale la pena revolver. De verdad, Amparo, es duro deciresto, pero no deseamos tener relación con vosotros.»Amparo y Adolfo Suárez se quedaron muy desconcertados. Hacía poco que Torcuato habíadimitido como senador real.Su vida era difícil. Teniendo cátedra en la Complutense, no podía dar clases porque los estudiantesle amenazaban, le abucheaban, organizaban tumultos y alborotos: le veían como a un «residuo delrégimen anterior». Verdaderamente se había quedado sin papel en la escena y sin lugar bajo el sol.El Rey pidió a algunas personas, entre ellas a Jaime Carvajal y Urquijo y a Alfonso Osorio, que lebuscaran un puesto digno y remunerado —«para tener con qué»— en el sector bancario, pero que dioresultados positivos.Eduardo Navarro le sugirió: «Torcuato, tú has sido la mente, la conciencia, la mano derecha y lamano izquierda del Rey, sin pedirle nunca nada, ¿por qué no vas a verle y le pides un puesto detrabajo donde sea, pero tú a él, en directo?» Torcuato chasqueó la lengua y le contestó con tristeza:«Porque, o me invita a cenar con mi mujer y otros matrimonios, y luego nos sentamos a ver unapelícula, o si digo que quiero subir a verle, como antes, me recibe con la Reina, muy cariñoso y

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