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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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despacharse a gusto diciendo él la última palabra. Claro que, donde hay jerarquía, la última palabrala tiene el de arriba. Y así iba a ser.El Rey no se atrevía a provocar en Arias un acto de insumisión e indisciplina si le obligaba adimitir. Tampoco quería arriesgarse a plantear al Consejo del Reino su decisión personal dedestituirle y que los consejeros no lo estimaran procedente. Todo eso lo había tratado con TorcuatoFernández-Miranda. El Consejo —como todos los artificios legales inventados por Franco— no eravinculante; pero desoírlo podía crear un serio conflicto institucional entre la Corona, el Consejo delReino y el presidente del Consejo de Ministros. Impensable.El Consejo del Reino era la aduana. En tal coyuntura, y por no dar a los consejeros informacioneshumillantes para el Rey, por cuanto había tenido que tolerar amenazas, chantajes psicológicos,desobediencias y desaires de su jefe de Gobierno, Torcuato fue confeccionando un cuerpo de informediferente: un compendio de las quejas, las extrañezas y las tensiones que, respecto al presidente, leexponían los ministros.Aquel flujo de confidencias a puerta cerrada era de por sí un hecho políticamente anómalo.Torcuato no era ni el jefe de los ministros, ni su confidente, ni su psicólogo; sin embargo, muchos deellos reconocían en él una autoridad moral, una rectitud de juicio y una discreción que los animaba aacudir a su despacho para desahogar allí sus disgustos con el presidente Arias. Por lo demás, antesque al presidente de las Cortes, en Torcuato veían al hombre de confianza del Rey.A lo largo del mes de abril, Torcuato había anotado indicios del deterioro de la relación entre losministros y Arias, y entre Arias y el Rey. Ese material de retazos podría servir como argumentarioante los consejeros del Reino:Arias está en una posición cada vez más insufrible. Su engreimiento y, paradójicamente, su graninseguridad, hacen que le aumente día a día la irritación. De otra parte, el aislamiento: ni un soloministro, excepto Valdés, está con él. Inestable y variable, con reacciones apresuradas y siempredistintas. [...] Los ministros acusan esa inestabilidad. Arias critica con enfado a un ministro hablandocon otros; y a éstos, a su vez, cuando ellos no están presentes. [...] Los ministros nunca saben a quéatenerse. Le temen y cada vez le quieren menos. Casi todos buscan seguir en sus puestos perocambiando a Arias. Esto es disparatado, y los efectos desoladores: es un Gobierno epiléptico.No dirige, no marca un rumbo, no lidera.Desconfía, y esa desconfianza le hace agresivo. Incluso frente al Rey: «Estoy atornillado en estesillón por ley, y contra eso el Rey no puede nada», ha dicho a más de un ministro. Tiene celos de losviajes del Rey.Afirma [Arias] con frecuencia: «El búnker es mi enemigo.» ¿Y quién es para Arias el búnker?Todas las instituciones que no son él: las Cortes, el Consejo del Reino, el Rey mismo. «¡Pero a ésele puedo!», dice con frecuencia en sus momentos de irritación, que al parecer aumentan. Cuando unministro —Suárez— le dijo «pero Torcuato se está portando muy bien», él contestó «¡a saber québuscará ese pájaro!».«No se puede hacer nada —dice y repite— sin dirigir la prensa, que está abandonada a todas lasinfluencias, menos a la del Gobierno.»Los ministros hablan de «la neurosis de Carlitos», de «su envaramiento insoportable»...La preocupación creciente de Arias es afirmarse y hacer crisis para lograr «un Gobierno que searealmente mío». [110]Ese background era la baza de reserva que Torcuato guardaba por si, llegado el momento deprescindir de Arias, el Consejo del Reino dudase de que hubiera razones para un cese o unadestitución.

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