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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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previo al posible ingreso en la OTAN.—Ya has oído a éstos —le dijo el Rey—, así que hay que batirse el cobre para sacar más ventajaseconómicas en las contrapartidas. Por lo demás, en el Ejército hay más UMD de la que os pensáis...Interprétalo como quieras. [35]El Rey y Areilza no precisaban ser muy explícitos entre sí: estaban al cabo de la calle de la«dependencia» de España respecto a Estados Unidos para asentar la Corona y la democracia. Elministro de Exteriores aprovechó ese breve aparte para contarle al Rey algo que Kissinger le habíadicho pocos días antes en París, desayunando en la Rue du Faubourg Saint-Honoré: «Quiero que sepaque no estarán bajo la presión de Estados Unidos. Ustedes saben que tiene que haber ciertaevolución, y lo están haciendo. Si algún estadounidense los presiona, si es del Departamento deEstado, díganmelo; y si no es del Departamento de Estado, ignórenle.»—Y cuando hablamos del tratado, de las ayudas que se consignaban en dinero, le dije que «porcuestión de imagen», deberían sumar en total mil millones de dólares, y no los 675 millonesprevistos. Le sugerí que hinchasen la cifra incluyendo otras partidas ajenas al acuerdo, de aquí y deallá, por ejemplo de los créditos del Export-Import Bank.—¿Qué te contestó?—Kissinger me dijo que, por no sobresaltar al Congreso ni suscitar envidias en otros paísesaliados que en estas fechas están negociando convenios, él prefería manejar públicamente la cifra deochocientos millones de dólares, aunque bajo cuerda... Discutimos un rato ese punto. Yo insistí en lacifra redonda de los mil millones de dólares, y le subrayé: «Por contentar a los militares españoles,que son reacios al acuerdo.»—¿Y cómo quedasteis?—Le hice entender que aquí habrá democracia si los militares nos garantizan la estabilidad políticainterna. También le remaché la necesidad de fijar unas fechas tope para la retirada de sus ingeniosnucleares de la base de Rota. Hablé casi una hora. Él tomó notas y al final me dijo: «Aquí hay unascosas que dependen de mí; otras, de Defensa; y otras, del Congreso. Pero yo asumo la tarea de que seacepte todo del mejor modo posible.»—Bueno, José María, ahora cuando venga y volváis a sentaros, tú céntrate en las contrapartidas deltratado. Aprieta ahí para sacar más ventajas. Y dile a Kissinger que, hombre..., que hagan ese gestocomo un apoyo público de los americanos al empeño democratizador de la Corona, y también...como signo de confianza en mí. [36]Kissinger: «¿Cuánto manda el Rey?»El Boeing oficial 707-VC137, fuselaje azul y oro, aterrizó en Barajas el 24 de enero, sábado. Elministro de Exteriores, Areilza, al pie de la escalerilla, recibió a su homólogo americano HenryKissinger, que llegaba con su séquito de asesores y ayudantes para la firma del tratado. Con elpresidente Arias, en Castellana 3, la conversación fue insulsa, sonrisas de protocolo y traduccionesmediocres. De ahí, a La Zarzuela. Con el Rey, un diálogo cordial, desenvuelto, extenso y en inglés.Almorzaron en el jardín, y aunque era invierno la atmósfera estaba diáfanamente azul. Después delcafé, Don Juan Carlos invitó a Kissinger a dar un paseo. Se alejaron los dos solos charlando porentre los árboles que rodean La Zarzuela.—Sire, en estos primeros tiempos, vaya usted con cuidado —Kissinger le habló al Rey, en el rolde un gurú político—. Que no le apresuren. Consolide poco a poco la Corona, que es lo más

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