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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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tuviera que irme en un taxi desde La Moraleja.Y así lo hicieron.Una anécdota de última hora fue que Don Juan pensaba viajar el 13 de mayo para no irdirectamente del aeropuerto a La Zarzuela, pero le avisaron de que el día 13 en un avión de Aeroflot,procedente de Moscú, regresaba «también» del exilio Dolores Ibárruri, la Pasionaria, la míticapresidenta del PCE. A Don Juan le hizo mucha gracia la coincidencia, soltó una risotada y pidió queretrasaran su vuelo un día: «¡Tampoco es cosa de que nos reunamos en el aeropuerto todos losdesterrados!»Aparte de los Reyes, los Condes de Barcelona y la familia del Rey, sólo asistieron los jefes de lasCasas del Rey y de Don Juan, Mondéjar y Alburquerque; el duque del Infantado, por la Diputación dela Grandeza; Amalín López-Dóriga, viuda de Ybarra, dama y amiga de la Condesa de Barcelona;José María Pemán, último presidente del consejo privado de Don Juan, y como pool de prensa, seispresidentes de agencias informativas. [174]El discurso, sobre un borrador que entregó Don Juan, lo pasó a limpio Vicente Noguera, marquésde Cáceres, en el barco del marqués de Mondéjar, amarrado junto al Giralda, en el puerto de Palma,en una máquina de escribir que alguien les prestó. Al día siguiente por la tarde, ya en La Zarzuela, lorevisaron el Rey y Torcuato, que metió pluma para hacer algunas precisiones jurídicas. Don Juan loaceptó sin poner pegas porque no le habían modificado nada sustancial. Aunque sí se suprimió unpárrafo.Fue un texto que Don Juan leyó rápido, con su voz rota ya de mucho viento de mar, mucho tabaco ymucho güisquecito. Unas cuartillas cargadas de historia sufrida, pero sin lamento. Relató la escena enque su padre el rey Alfonso XIII renunció a sus derechos al trono de España «para que por leyhistórica de sucesión a la Corona quede automáticamente designado, sin discusión posible en cuantoa la legitimidad, mi hijo el príncipe Don Juan».Cuando llegó la hora de su muerte, con plena conciencia de sus actos, invocando el santo nombrede Dios, pidiendo perdón y perdonando a todos, estando yo de rodillas junto a su lecho, me dio elúltimo mandato: «Majestad: sobre todo, España.» Yo tenía veintisiete años.Antes de entregar a su hijo la legitimidad dinástica que hasta entonces no había tenido, Don Juan letransmitió una valiosa carta de navegación para un Rey que quería serlo de un pueblo soberano:El Rey tiene que serlo para todos los españoles [...], la institución monárquica ha de adecuarse alas realidades sociales que los tiempos demandan; el Rey ha de ejercer un poder arbitral por encimade los partidos políticos y las clases sociales sin distinciones; la Monarquía debe ser un Estado dederecho en el que gobernantes y gobernados estén sometidos a las leyes dictadas por los organismoslegislativos que auténticamente representen al pueblo español; el Rey ha de respetar el ejercicio y lapráctica de las otras religiones, dentro de un régimen de libertad de cultos; y, finalmente, España, porsu historia y por su presente, tiene derecho a participar de modo destacado en el concierto denaciones del mundo civilizado.Después de afirmar que veía consolidada la Monarquía en la persona de su hijo y heredero,declaró, ahí sí con más énfasis:Creo llegado el momento de entregarle el legado histórico que heredé y, en consecuencia, ofrezco ami patria la renuncia de los derechos históricos de la Monarquía española, sus títulos, privilegios yla jefatura de la familia y Casa Real de España, que recibí de mi padre, el rey Alfonso XIII,deseando conservar para mí, y usar como hasta ahora, el título de Conde de Barcelona.En virtud de esta mi renuncia, sucede en la plenitud de los derechos dinásticos como Rey deEspaña a mi padre el Rey Alfonso XIII, mi hijo y heredero el Rey Don Juan Carlos I. ¡Majestad, por

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